Eclipse de luna llena

A Sofía

 

Nos preparamos para el eclipse de luna llena.  En la playa había poca gente. Saltaba a la vista un pescador, tranquilo, con tres cañas, dispuesto a llevar a casa unas pequeñas doradas. Ya una engalana el balde.

Poco a poco se acercan más persona a la playa. Estamos todos a la expectativa. Nos une un interés común y ancestral. Quizás para los primeros hombres, el fenómeno tomaba de sorpresa: era algún mensaje de los Dioses, contentos o descontentos, a según del miedo y la culpa que albergaran los pobladores del momento. Hoy tenemos tiempo hasta de cenar y preparar cámara, sillas y hasta una fiambrera y, ¿por qué no?, un vinito.

La luna debió hacerse evidente a las 22:15 pero el cielo insistía en mantener un velo gris rosado que  no le permitía asomarse. Esos instantes, antes de que apareciera, parecen infinitos. No importa cuán documentados estemos. Son los minutos de la expectación que compartimos y que nos colocan en igual postura a todos los que estamos en esa playa en ese mismo instante  y en otras playas, casas, plazas en el mundo en ese momento y en cada uno de los momentos pasados donde la luna quedó eclipsada. Es un instante que nos une en el sentido horizontal con nuestros congéneres y en el vertical con nuestros antepasados  y con nuestros descendientes, que algún día, también sentirán la misma expectación. Pienso en Hipatia y en sus cálculos.

El pescador, revisa sus anzuelos. Ha caído otro pez.  Aprovecha y levanta la mirada al cielo encapotado.

Finalmente aparece. Bella, anaranjada, tímida en un principio y audaz, asomándose paulatinamente y mostrando su mejor brillo. No deja uno de sentir un alivio. Era cierto: se eclipsaría pero volvería a salir. Irrumpe la calma el ruido de dos camiones limpia playa que avanzan como dos monstruos mecánicos, cepillando la arena. A lo lejos la música implacable de un chiringuito ajeno al eclipse. Está estrenando su inicio de verano y se alegra de pensar que los que estamos allí hemos venido para tomarnos unas tapas.

Regresamos a casa con la luna aún eclipsada. Nos volteamos de vez en cuando para asegurarnos que siga cada vez más grande y más brillante. Ya en casa, la luna está llena y resplandeciente. Los astros continúan dando vueltas.

Reviso mi correo y me encuentro con uno de esos momentos sincrónicos, tan junguianos y tan confirmadores.  Las redes que nos unen.  Sofía, la hija de 7 años de mis amigos Eduardo y Pilar, ha ganado el Primer premio del concurso de cuentos del Museo de  Ciencias de las Palmas. Su narración es pura mitología.

Son los astros, Sofía, los que tejen una malla para que nos encontremos, en una playa o plaza o casa determinada, en cualquier momento del tiempo y del espacio. Un instante en el que fuimos, somos y seremos un grupo de colorines.

EL CUENTO DE LOS PLANETAS

por Sofía T.

Había una vez un planeta que era triste porque su madre y su padre eran tan viejos que habían muerto y el planeta camino y camino y camino hasta encontrarse a otro planeta lindo que se convirtió en su amigo. Y los dos fueron girando y girando y girando y se encontraron otro planeta. Ese planeta estaba llorando por eso le dijeron: ven con nosotros a encontrar a otros planetas. Entonces él se fue con ellos. Fueron a lo más arriba y encontraron el planeta más grande del mundo (bueno, ellos pensaban eso) y ese planeta se fue con ellos y así formaron un grupo de colorines. Mientras iban saltando se encontraron uno de los agujeros negros uno grito ¡oh, oh! entonces salieron corriendo a por todos los planetas y después fueron con la tierra.