Copenhagen

Hay ciudades por  las que me  nace un súbito e intenso amor a primera vista. Otras, me generan rechazo y luego, con posteriores visitas, un llegar a conocernos y vamos a seguir conociéndonos, otras indiferencia y finalmente, a las que simplemente no pienso regresar.

Copenhagen es de las primeras. Es de aquellas ciudades que tras 4 días de visita me hacen exclamar: «Podría vivir en esta ciudad!» ante la mirada elevada al cielo con suspiro incluido de mi paciente compañero de vida que ya conoce de sobra mi volatilidad.

Y es que ese amor a primer encuentro nace de una conjugación de eventos que con toda probabilidad no se repetirá: estado de ánimo, condiciones climáticas, la persona con la que se comparte el momento, la cena especial en algún antro desconocido, el sonido de un músico callejero ….

A Copenhagen le entramos por una hermosa estación de tren de ladrillos rojos. El hambre nos hizo aparcar un rato en MAC

MAD Cooperativa, Estación Central de Copenhagen

para luego continuar hasta nuestro hotel, ubicado en un amable vecindario donde circulaban muchas bicis con grandes carretones en la parte frontal donde iban cómodamente sentados 2 y 3 niños.

Los días transcurrieron con un clima plácido, sin lluvia y una bella luz. Las calles están llenas de tiendecitas muy originales.

Nuestra visita coincidió con la noche de los Museos. Primera parada: la sociedad danesa que promueve la incineración de  cadáveres. A sus puertas estaba estacionada una Harley Davidson con un side-car para llevar un ataúd. Visitamos el interior donde nos ofrecieron cerveza artesanal y escuchamos un delicioso concierto de jazz por un dúo de piano y clarinete.

Seguidamente, fuimos al museo Thorvaldsen cuya visita  con linterna  nos permitió pasar un rato en plan «Noche en el Museo».

Al día siguiente, visita obligatoria al famoso parque de diversiones Tivoli, el mas antiguo de Europa y en el que pude reafirmar mi animadversión por estos lugares.

Muchas calabazas por tratarse de otoño. Mucho regaliz, un ingrediente del que los daneses parecen tener una gran afición, casi mayor que la de los italianos.

Y mientras escribo esta reseña sobre esta ciudad » en la que podría vivir», Ali me lee la noticia de que el ministro danés Soren Pind  está proponiendo confiscarle los pocos bienes de los refugiados de la guerra siria que están llegando a éste país y dejandoles «solo aquello que necesitan para llevar una vida modesta» y así  cubrir los gastos del recibimiento. No saben como lo llevarán a cabo: registrar los bolsillos, hacerlos vomitar en caso de haber deglutido el bien… Cualquier parecido con el expolio judío es pura coincidencia.

De repente despierto y conjugo que el hermoso lugar para vivir es aquel  lugar donde lo interno y externo están en equilibrio. Lo externo, que es aquel espacio donde participamos y logramos pequeños cambios, ha de tener  equilibrio, sensatez, belleza, posibilidades de desarrollo, comunicación, intercambio positivo.

Volvere a visitar Copenhagen.