Este sábado he cruzado Barcelona en el túnel del tiempo. Empezó mi viaje con la visita al CCCB, donde vi la exposición dedicada a la «Trieste de Magris». La entrada del museo estaba abarrotada de jóvenes adolescentes tatuados, vestidos con indumentarias siempre a riesgo de caerse de la cintura y escuchando unos extraños sonidos ritmicos y ensordecedores que quizás pudieran haber sido música. Un espectáculo muy particular. Un vaivén de figuras salidas de un manga japonés que me mantuvieron entretenida un rato intentando descifrar lenguajes y sonidos.
En la noche, en cambio, fui al Teatre Lliure, a ver la nueva e inquietante propuesta de Romeo Castellucci- Sobre el concepto del rostro, en el hijo de Dios.
Este director no deja indiferentes. Puede o no gustar. En lo personal, aprecié más su Divina Commedia. Y sin embargo, hay momentos que sacuden. La relación entre un padre senil -que está desmoronándose física y mentalmente- con su hijo, un elegante ejecutivo, que trata al padre con extrema ternura aún en los momento en el que la situación se torna extrema y dramática. Todo ocurre con una imagen gigantesca del rostro de Cristo en el fondo y ante la que el hijo, una vez que pierda los estribos, buscará refugio. La siguiente escena inicia con un ensordecedor golpe de pelota que rebota en el piso, recurso ya utilizado por este director en el «Infierno» y que señala ( al igual que en la ocasión de la Divina Commedia) la entrada de unos niños, aparentemente inocentes que tirarán las primeras piedras a la imagen. Sólo que las piedras no son tal sino que son granadas que generan un golpeteo continuo y casi mantrico.
Salí del teatro con estas imágenes bíblicas que me daban vuelta en la cabeza. Caminando hacia el metro me encontré con una poblada de motos Harley ( mas de 20,000) que se encontraban reunidas en Montjuic celebrando el Festival Harley de Barcelona 2011. Motos con sus orgullosos dueños al costado de ellas, vigilantes y muchos ventorrillos de objetos muy al gusto de esta gran masa humana que mucho recordaba a los chicos hiphoperos sólo que con 30 años más, ropa ajustada al cuerpo por el sobrepeso y muchos tatuajes y cadenas. La presencia de la comida chatarra se alternaba con enternecedoras escenas de estos tipos duros, forrados en cuero y piercings, que comían churros y tomaban cerveza (Cocina fusion).
Un verdadero bombardeo de imágenes.