Estoy escribiendo un breve artículo sobre lo castrati , aquellos jóvenes pertenecientes a la escuela musical principalmente napolitana de los siglos XVII y XVII que fueron castrados para mantenerles la voz con rangos extremos. El tema en sí es sórdido: a pesar que dejaron para generaciones futuras a un puñado de grandes cantantes, el medio para el logro es monstruoso.
Pero mientras pienso que eran cosas de tiempos pasados, me encuentro con una breve biografía dedicada al gran matemático Alan Turning. Estremece pensar que es algo ocurrido prácticamente antes de ayer en la vanguardista Inglaterra a poco de la post guerra. Una atroz ráfaga de victorianismo, una historia de intolerancia, homofobia y de ingratitud.
Es la oscura historia detrás de una manzana.
Turing, el gay que ganó la batalla del Atlántico
Fue un héroe de la guerra y víctima brutal de la homofobia
RAFAEL RAMOS – Londres Corresponsal , La Vanguardia
SU LABOR El matemático inglés descifró los códigos nazis en la Segunda Guerra Mundial
MEA CULPA El Gobierno británico pide perdón por haberlo castrado químicamente
El matemático inglés Alan Turing, personaje clave a la hora de descifrar los códigos de los submarinos alemanes en la Segunda Guerra Mundial, padre de la informática moderna y considerado por la revista Time como uno de los cien hombres más importantes del siglo XX, se suicidó a los 42 años mordiendo una manzana que él mismo había bañado en cianuro. Y de ahí viene precisamente – dice la romántica leyenda-el logo de Apple.
Sea cierta o no la explicación de la manzana mordisqueada de Apple, lo que sí son evidentes son los motivos que llevaron a Turing a quitarse la vida: después de contribuir decisivamente a desarrollar la máquina Enigma, que penetró en las entrañas de los secretos militares nazis y sirvió para ganar la batalla del Atlántico, el científico fue condenado por prácticas homosexuales y sometido a una castración química (inyecciones semanales de hormonas femeninas) que adulteró su atlético cuerpo. «Hasta me están brotando pechos de mujer», escribió desesperado a un amigo. Poco después se suicidó.

Alan Turing, 1946
Ser gay era delito en la Inglaterra de los años cincuenta, y las autoridades – completamente indiferentes a su aportación a la victoria sobre la Alemania nazi una vez ganada la guerra-dieron a Turing la opción de ser castrado o pasar un año en la cárcel. La gran paradoja es de que haber sido descubierta su homosexualidad unos años antes, no habría trabajado en el equipo de Bentchley Park que descifró los códigos, los submarinos de Hitler habrían causado muchos más estragos, y quizás el curso de la historia habría sido otro.
Ahora – sin duda demasiado tarde-el Gobierno del Reino Unido ha pedido formalmente perdón a Alan Turing y reconocido la manera injusta, homofóbica y bárbara con que fue tratado por un comportamiento sexual que hoy es considerado perfectamente legítimo. «Sin su contribución en la lucha contra el fascismo es posible que los aliados no hubiésemos ganado la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, tenemos con él una deuda de gratitud impagable», dice un documento con el sello de Downing Street y la firma del primer ministro, Gordon Brown. Sus únicos parientes con vida son tres sobrinas.
Turing era un magnífico atleta que estuvo a punto de correr el maratón de las Olimpiadas de Londres del 48, un científico desgarbado y excéntrico que ataba su tazón de té al radiador para que ningún colega lo usara, llevaba un peinado de raya y se mordía las uñas. Sus padres trabajaban en India al servicio del imperio británico y metieron al pequeño Alan en una sucesión de internados donde en seguida fue descubierto como un genio precoz de las matemáticas. Consiguió una plaza en la Universidad de Cambridge y conoció allí a otros intelectuales gais, como el novelista E. M. Forster y el economista John Maynard Keynes.
Un tratado suyo de mayo de 1936 es considerado precursor de la modernas teorías en materia de computación y le valió el reconocimiento como uno de los científicos más importantes de su generación y de todo el siglo XX. Pero ni la sabiduría ni la aportación a la victoria bélica le sirvieron de mucho a la hora de encontrar trabajo después de la guerra, y tuvo que conformarse con un puesto de profesor ayudante en la Universidad de Manchester.

El cuarto Turing
Allí sembró la semilla de su propia destrucción cuando a la salida del cine, un día de enero de 1952, conoció a un joven de diecinueve años llamado Arnold Murray y estableció una relación con él. Su amante informó a un amigo de la dirección de la casa de Turing para que la robara, seguro de que la víctima no les acusaría para que sus inclinaciones sexuales no salieran a la luz. Pero no sólo lo hizo, sino que confesó su homosexualidad.
La reivindicación del héroe gay de la Segunda Guerra Mundial se ha producido cincuenta y cinco años justos después de su muerte, culminación de una campaña de intelectuales británicos que reunieron más de 30.000 firmas en solicitud del perdón. Aún hoy hay todo tipo de teorías sobre por qué decidió bañar una manzana en cianuro. Unos dicen que para que su madre pudiera atribuir la tragedia a un accidente. Otros, que en realidad fue asesinado por agentes del gobierno.