El papel rasgado

Para aquellos que aún creen que en los extremos encontrarán la solución

 

Quien sabe cuantas veces en la vida hemos rasgado una hoja de papel. Con toda probabilidad, muchas veces.

Si nos fijamos en este simple y cotidiano acto, una vez que tenemos el papel seleccionado para su eliminación, solemos  hacer de él  mas fragmentos mientras mayor es nuestro deseo de ocultar lo que él contiene.  Con un papel de  publicidad que nos llega al buzón del correo probablemente nos limitemos a doblarlo y tirarlo a la papelera. Si en cambio aquel trozo de celulosa está impregnado de letras comprometedoras, troceamos hasta el infinito, con furia, a veces con rabia, siempre con prisa, como si las letras pudieran escurrirse por los lados y develar algún secreto.

Mientras leo el artículo que ha publicado hoy el periódico la Vanguardia sobre las 16,000 bolsas de papel rasgado que se conservan en la sede de la Stasi  a la espera de ser reconstruidos, pienso en aquellos folios, pienso en aquellos que se tomaron tanto afán en destruirlos y pienso en los hombres y mujeres que han pasado las últimas décadas reconstruyendoles  con el sólo objetivo de ayudar a  las víctimas del aplastante aparato represivo que fue la Stasi. Son miles los berlineses que a diario buscan en esos trozos recompuestos  algunas respuesta, algún sosiego. Reconstruir un trozo de papel para permitir que un ser humano encuentre paz tras el horror pasado.

Argo-Soundtrack-Pero un papel se puede reconstruir también para destruir una vida. Y es entonces cuando me viene la imagen de la película Argo (2012, Dir. Ben Affleck) en donde unos niños son puestos a ensamblar los documentos troceados en la embajada americana de Irán para poder así permitir al recién instaurado gobierno del Ayatollah Khomeini identificar a todos los norteamericanos que en ella trabajaban  y poder acabar con sus vidas.

Mismo oficio pero con objetivos diametralmente opuestos. Rehacer el puzzle para salvar o para matar. Que paradoja.

Les copio el artículo de María-Paz López  del 18/01/2015 en  La Vanguardia y de Enrique MÜLLER El País 24-08-2014


Los papeles rotos de la Stasi

18/01/2015 La Vanguardia
María-Paz López
Berlín. Corresponsal
En enero de 1990, hace ahora 25 años, los berlineses que vivían cerca del cuartel general de la temida policía secreta germanooriental, conocida como Stasi, detectaron en ese complejo de edificios un trasiego inusual. El Muro que dividió la ciudad durante casi toda la guerra fría había caído dos meses antes, pero la comunista República Democrática Alemana (RDA) seguía en pie. Había confusión e incertidumbre.

Los vecinos de Lichtenberg, el barrio de Berlín Este en que se ubicaba ese cuartel general, constataron que las chimeneas echaban mucho humo, y que del recinto entraban y salían camionetas con frecuencia. Cundió la sospecha de que la Stasi, viendo cercano su fin, estaba destruyendo documentos o llevándoselos a otros lugares, así que en la noche del 15 de enero de 1990, cientos de ciudadanos germanoorientales enfurecidos asaltaron esa central.

De hecho, ya en diciembre de 1989 algunas oficinas regionales de la Stasi habían sido tomadas por la población, como las de Rostock y Erfurt, pero la última en ser ocupada fue la central de Berlín. Los funcionarios que había dentro no opusieron resistencia, y si bien la ira acumulada de los manifestantes produjo también destrucción, prevaleció la voz de quienes sostenían que había que proteger los archivos secretos.

Imposible saber cuántos documentos tuvo tiempo de romper o quemar la Stasi en toda la RDA en las semanas siguientes a la caída del Muro (la orden de destrucción y traslado se dio el 6 de diciembre de 1989), pero lo cierto es que el asalto popular incruento de enero de 1990 en Berlín salvó muchísima documentación. Así, la Alemania reunificada pudo luego decidir el destino de tantos papeles, fotos y fichas, comprometedores para sus autores y liberadores para sus víctimas.

54423729882Todo alemán tiene derecho a ver el expediente que la Stasi puede haber elaborado sobre su persona, y en algunos casos se permite verlo a familiares de difuntos o de personas desaparecidas. Los documentos se les enseñan con los nombres de terceras personas tachados, para evitar revanchas y no reabrir heridas, y por privacidad. «Ver esas actas es importante para la gente, como rehabilitación personal, para investigaciones penales, y para reclamar pensiones, pues muchas víctimas vieron arruinadas sus vidas profesionales y ahora son ancianas», explica Dagmar Hovestädt, portavoz del Comisionado Federal para los Archivos de la Stasi.

Esta institución -que dirige actualmente el periodista y ex disidente de la RDA Roland Jahn- se encarga de gestionar los archivos, y de organizar la penosa tarea de reconstruir los papeles rotos que dejó la Stasi. Desde 1992 la agencia ha recibido casi siete millones de solicitudes para ver documentos, lo cual no implica que sean siete millones de personas afectadas distintas, pues la cifra incluye peticiones cruzadas, repetidas o renovadas, y solicitudes de investigadores, historiadores y periodistas. Aún hoy se re- ciben unas cinco mil peticiones al mes de consulta de archivos.

El volumen de información que sobre la vida de los alemanes del Este (y de algunos del Oeste) llegó a acumular el espionaje de la Stasi es enorme. Impresiona recorrer las galerías del edificio del antiguo cuartel general de Berlín en el que se ha mantenido el archivo, que si se suma a los que se conservan en una docena de oficinas regionales arroja cifras potentes. Son en total 111 kilómetros de estanterías con documentación, que incluyen: 39 millones de fichas; 1,8 millones de fotos, negativos y diapositivas; y 30.300 películas, vídeos y cintas de audio.

El siniestro legado incluye casi 16.000 sacas de material fragmentado (papeles rotos, restos quemados, …), que la Stasi destruyó y tuvo que abandonar, y que la Alemania reunificada se esfuerza por reconstruir. Parte de ese material -como ese saco de virutas grises parecidas a ceniza- es claramente irrecuperable, aunque tampoco nadie osa tirarlo. Con los papeles rotos, aunque sea a trocitos, se prosigue la ingente tarea. Desde 1995, equipos de técnicos han ido juntando a mano esas trizas, que pueden ser vitales para la paz interior de muchos alemanes. Han logrado así rehacer documentos de unas 500 sacas, entre ellos los relativos a disidentes como el químico Robert Havemann o el escritor Jürgen Fuchs.

Pero seguir sólo a mano con las 15.500 sacas restantes implicaría decenios de trabajo. Además, señala Dagmar Hovestädt, «un papel rasgado en cuatro trozos es relativamente fácil de reconectar por el ojo humano, pero cuando los fragmentos son pequeños y están mezclados, es inviable». Por ello, en 2007 empezó un proyecto de reconstrucción digital financiado por el Bundestag, que lleva a cabo el berlinés Instituto Fraunhofer (IPK). Sus programadores han desarrollado un software llamado ePuzzler que reconstruye virtualmente páginas por su color y grosor, la forma de la rotura, y la caligrafía o mecanografía.

Además, con motivo del vigésimo quinto aniversario del asalto popular que salvó los archivos, se ha reabierto el museo de la Stasi, ubicado en la antigua sede central, donde ayer se celebró una jornada de puertas abiertas festiva y reflexiva. Desde aquí operaba el oficialmente denominado Ministerio para la Seguridad del Estado, que funcionó de 1950 a 1989. Su objetivo era, según la ley, proteger al Estado de «criminales, agentes enemigos, discrepantes, saboteadores o espías», una tipología que permitió encuadrar a mucha gente en la RDA.

Ese acoso de la Stasi ha sido magistralmente retratado por el cineasta Florian Henckel von Donnersmarck en su película de 2006 La vida de los otros, con algunas escenas rodadas en este archivo (aunque el aspecto no es el mismo, pues se ha acondicionado para custodiar mejor los fondos). En la película, un oficial de la Stasi de los años ochenta acaba por empatizar con la pareja a la que le encargan espiar.

Pero pocos empatizaron, no solía ocurrir; y sólo constan dos deserciones. El funcionario de la Stasi tenía privilegios, pero estaba también vigilado por los demás, y ni se planteaba que ejercía la represión contra sus propios compatriotas, según los estudios realizados. «Cuando enseñamos expedientes a las víctimas, los nombres de los funcionarios no se tachan; con su actividad de espionaje perdieron su derecho a la privacidad», aclara la portavoz Hovestädt. Poco antes del fin de la RDA, la Stasi tenía 91.000 funcionarios y una red de 189.000 colaboradores no oficiales, es decir, personas que voluntariamente o bajo presión informaban sobre sus familiares, amigos, vecinos o conocidos. Los casos de uno de los cónyuges espiando al otro fueron en realidad muy pocos.

El museo de la Stasi -que abrió en 2012 y luego ha estado cerrado para diseñar la exposición permanente, inaugurada esta semana- se encuentra en el antiguo edificio principal, construido en 1960. Desde aquí dirigió el ministro Erich Mielke durante decenios el aparato represor por el que el Estado comunista espiaba, controlaba y reprimía de modo sistemático a la población subversiva. Según cuáles fueran sus actividades, el espiado podía acabar siendo encarcelado, procesado, y casi siempre condenado, en algunos casos a muerte. La última ejecución tuvo lugar en 1981.

No muy lejos, en el cercano barrio de Hohenschönhausen, funcionó una prisión preventiva de la Stasi entre 1951 y 1989. «La Stasi recluyó en celdas durante meses o años a personas que, a veces por nimiedades o comentarios dichos al vuelo, otras veces por clara disidencia o voluntad de reforma, o por haber solicitado emigrar, eran consideradas peligrosas para el sistema», explica el historiador Stephan Horn durante un itinerario por esta cárcel. El lugar se puede visitar tras convertirse en memorial en 1994 a petición de sus antiguos prisioneros.

La Stasi empezó a utilizar el edificio -que ampliaría luego con nuevas instalaciones- tras abandonarlo los ocupantes soviéticos, que desde el final de la Segunda Guerra Mundial lo habían empleado como cárcel. Por designio de la RDA estuvieron aquí presos, entre otros, los líderes del 17 de junio de 1953 -la mayor manifestación contra el Partido Comunista en la RDA hasta la caída del Muro-, el escritor disidente Jürgen Fuchs, el comunista reformista Walter Janka, e incluso ciudadanos de Berlín Occidental, como el abogado Walter Linse, que fue secuestrado en 1952 y ejecutado en Moscú al año siguiente.

Ayer, en el antiguo cuartel general que la ciudadanía asaltó hace 25 años, se recordó cómo decenas de miles de alemanes de la antigua RDA que fueron espiados y perseguidos por la Stasi han podido gracias a esos archivos saber cómo se torcieron sus vidas. Subir por estas desangeladas escaleras -todo ha sido conservado como era, a propósito- transmite un aire ministerial y gris al aparato represor que aquí vivía. El despacho de Mielke, con sus tres teléfonos de disco y sus butacas tapizadas, se ha respetado tal cual. Los archivos salvados dicen mucho de aquellos años terribles, pero, como recalca Dagmar Hovestädt, «en los expedientes no se encuentran sólo casos de traición, sino también de lealtad».

 

 

 

16.000 sacos repletos de secretos
Un ingeniero trata de reconstruir los millones de documentos del monumental archivo de la Stasi
ENRIQUE MÜLLER El PAis 24-08-2014
Cuando tras la caída del muro de Berlín en 1989 el fin del régimen comunista que imperó durante 40 años en la ahora desaparecida RDA se hacía inminente, los agentes de la Stasi llevaron a cabo su última misión en defensa del socialismo. De manera frenética comenzaron a destruir los documentos más comprometedores que estaban almacenados en el cuartel general del órgano de inteligencia que dirigió Erich Mielke, el famoso y temido “señor del miedo”.

El frenético trabajo de destrucción, primero en forma mecánica y, cuando las máquinas se agotaron, a mano, paró de golpe el 15 de enero de 1990. Ese día, una multitud armada con rabia acumulada en cuatro décadas, asaltó el siniestro edificio y descubrió varios miles de sacos repletos de documentos destrozados que habían sido elaborados por el ejército de espías de Mielke. La Stasi tenía una manía enfermiza por saber lo que pensaba y hacía la población de la RDA. En su mejor momento contó con 90.000 agentes y unos 170.000 informantes. Todo lo que escuchaban o veían iba a parar a su gigantesco archivo. Las actas que sobrevivieron a la destrucción ocupan unos 111 kilómetros.

El hallazgo de unos 16.000 sacos repletos de trocitos de papel desconcertó a los asaltantes e intrigó a las autoridades, que optaron por almacenar el tesoro y comenzaron a estudiar la posibilidad de reconstruir el gigantesco rompecabezas heredado de la Stasi. La monumental tarea recayó en un grupo de archivistas que, dotados de una paciencia infinita, comenzaron a armar el puzle en 1995 en una dependencia oficial ubicada en Zirndorf, un pequeño pueblo bávaro. Ante ellos tenían una tarea descomunal que en el mejor de los casos requeriría 700 años para reconstruir más de seiscientos millones de trocitos de papel.

El ingeniero Bertram Nickolay

El ingeniero Bertram Nickolay

El ingeniero Bertram Nickolay, que dirige el Departamento de Técnicas de Seguridad del famoso Instituto Fraunhofer de Berlín, tenía 45 años cuando en 1999 vio en la televisión un reportaje que mostraba el trabajo del grupo de artesanos. Asombrado con las imágenes, el ingeniero empezó a dar vueltas a una idea: “Pensé entonces que armar ese puzle gigantesco podría ser un gran desafío para mi división y también para arrojar un poco de luz sobre el siniestro trabajo de la Stasi”, comenta. En el año 2002, Bertram Nickolay presentó al Gobierno un software que fue bautizado como ePuzzler y prometió que, gracias a las nuevas tecnologías, podría reconstruir el contenido de los 16.000 sacos en un plazo de 10 o 12 años.

El Gobierno tardó cinco años en dar una respuesta. En 2007, la Comisión de Presupuesto del Bundestag aprobó una ayuda de 6,3 millones, a los que se sumaron otros dos en 2012, para desarrollar un proyecto piloto que comenzaría con el escaneo del contenido de 400 sacos en un plazo de cinco años. Pero el ingeniero y su equipo pronto se dieron cuenta de que el escáner, que tiene la misión de memorizar el tamaño, el color, la letra, el grosor del papel y el contorno de los trocitos, y enviárselos al ordenador, trabajaba con mucha lentitud.

“El software funciona”, subraya el ingeniero, pero reconoce que ha resultado demasiado premioso. “En este tiempo hemos logrado escanear el contenido de 24 sacos y procesado el de 12. “El trabajo de escaneo es muy lento. Por eso diseñamos una calle digital, dotada de módulos que limpian los trocitos de papel y pequeños robots que los clasifican, para acelerar el trabajo”, dice.
“Pero para ponerla en marcha necesitamos una financiación extra de unos seis millones de euros”, añade sin poder ocultar el temor a que su trabajo no pueda continuar. La incertidumbre que reina en el departamento que dirige Nickolay en el instituto Fraunhofer es enorme y aumentó cuando el equipo leyó, hace un par de semanas, un largo reportaje en el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung, donde su autora afirmaba, sin dar detalles, que el Gobierno federal había perdido el interés por desentrañar el misterio que contienen los sacos heredados. La hipotética decisión fue calificada por Bertram Nickolay como una “vergüenza internacional” que dejaría en ridículo al Gobierno y al Bundestag. Acabar con el proyecto piloto, además de poner fin a una idea brillante y exitosa, dejaría en manos de los artesanos de Zirndorf la tarea de seguir uniendo pacientemente los trocitos, un trabajo que ya ha revelado algunos secretos. En los últimos 19 años, los archivistas lograron reconstruir 1,3 millones de páginas que corresponden al contenido de unos cuatrocientos sacos.

Los artesanos, por ejemplo, armaron unos 10.000 documentos elaborados en su mayoría por la Sección Principal XX, que tenía la misión de combatir a la oposición política en la RDA, y de otros departamentos, como el responsable del espionaje en el extranjero. Los rompecabezas recompuestos revelaron, por ejemplo, las vidas paralelas del teólogo Heinrich Fink, que renunció a su cargo de rector de la Universidad Humboldt de Berlín en 1992 tras ser descubierto como informante de la Stasi, y del obispo de la Iglesia evangélica de Turingia, Ingo Bräcklein, que también se apartó.

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La Comisión de Presupuesto del Bundestag volverá a reunirse el 15 de septiembre. Mientras, el portavoz del Ministerio de Cultura, Hagen Philipp Wolf, asegura que la decisión final depende de “aclarar ciertos aspectos internos”. Por ley, todos los habitantes espiados tienen derecho a ver sus actas. Este proceso causó tragedias familiares, porque en ocasiones se descubrió que la esposa espiaba a su esposo o viceversa. El interés por ver las actas ha disminuido y existe la posibilidad de que el organismo que tiene a su cargo este pasado oscuro sea disuelto en 2020.

El software diseñado por Bertram Nickolay y su equipo es único en el mundo y también puede servir para escribir un nuevo capítulo en la ciencia que estudia el pasado: la arqueología digital. El ePuzzler es capaz de hacer visibles documentos que fueron casi borrados por el tiempo, como decenas de miles de trozos de papiros que descansan en las bodegas del museo Egipcio de Berlín.

El trabajo del ingeniero también ha llamado la atención en Chile. La Vicaría de la Solidaridad, dependiente de la Iglesia, que aún tiene en su poder documentación destruida por la dictadura, pidió la ayuda de Nickolay para reconstruir esa documentación que podría arrojar luz sobre lo que ocurrió con cientos de desaparecidos. “He cursado una invitación a la presidenta Michelle Bachelet para que visite nuestro instituto”, dijo el ingeniero. “Ella realizara una visita de Estado a Alemania a fines de octubre”.

Bertram Nickolay tiene también un interés personal en continuar con su trabajo destinado a la reconstrucción de los documentos de la Stasi. Su amigo Jürgen Fuchs, un famoso escritor disidente de la RDA, tenía 48 años cuando murió en 1998 víctima de un cáncer en la sangre provocado, sospecha, por un baño radioactivo que recibió en las mazmorras del servicio secreto. “Si puedo demostrar que Jürgen murió a causa de ese baño mortal, le habré hecho justicia a mi amigo y a todas las víctimas anónimas de ese sistema represivo”, dijo.