Artes
Jueves 24 de Septiembre de 2009 | 25
TalCual
PAOLA PASQUALI

Gerda Taro
El Museo Nacional de Arte de Catalunya presentó este verano una exposición denominada Esto es la guerra. Robert Capa en acción/Gerda Taro.
El nombre de Robert Capa es la imagen un instante. De un disparo. El de una Leica que congela en el aire para la eternidad a un miliciano republicano que recibe sorpresivamente el impacto de una bala y que Capa captura en un fotograma, dejándole suspendido en el enrarecido aire de la incivil guerra fraticida española que tras 70 años mantiene muchas heridas aún resollando.
Pero Robert Capa es una creación. Es el concepto que nace de la unión del fotógrafo húngaro Ernö Friedmann y de su compañera de oficio y vida, la alemana Gerda Pohorylle (Gerda Taro). Inventaron un nombre americano para poder vender a mejor precio el fruto de su trabajo: fotografía de guerra.
Los conflictos bélicos que documentaron eran convertidos en guerras personales contra la injusticia. Fotografiaban a sus aliados, acompañaban a los soldados hasta el frente, se sumergían en las mismas aguas miserablemente frías, se revolcaban en los mismos lodos.
Ernö terminó apropiándose del nombre Capa, el cual hizo suyo y pasó a la historia como uno de los más importantes fotógrafos del siglo XX. Suyas son las fotos de la retirada final de Catalunya, cuyos negativos fueron encontrados recientemente en una ya famosa «maleta mexicana», y de donde han salido a la luz los documentos fotográficos de familias enteras que arrastran a cuestas el dolor de la pérdida y un fardo de recuerdos, identidad y desesperanza.

Foto de miliciana, por Gerda Taro
Famosas son también sus fotos del desembarque de Normandía, tomadas en la propia playa, movidas adrede por él mismo para aumentar el dramatismo del momento y de las cuales se conservan muy pocas de una larga serie que sobrevivió los efectos de un naufragio por mar pero no la prisa del revelado a la que fueron sometidas por las manos que las recibieron.
Pero si sus fotos impactan y traen recuerdos de instantes puntuales de trascendencia mundial, la verdadera sorpresa de la muestra es la injustamente poco conocida Gerda Taro. Es una de esas grandes mujeres que la historia ha simplemente borrado y que esta exposición -la primera gran retrospectiva que se le dedica- la devuelve a la vida para ser reconocida y admirada. No ayudó la brevedad de su vida (1910-1937) ni el hecho de que sus primeras fotos fueran vendidas bajo el común seudónimo. La duda inicial sobre la autoría quedó dilucidada por el tamaño de los fotogramas, distintos por usar cada uno cámaras diferentes.
De todos modos, las fotos de Gerda tienen personalidad propia e indiscutible: son la visión femenina de la guerra. Intimista, íntegra, feminista. Su visión de la guerra es más real ya que incluye no sólo el heroico frente de batalla: en ella cobran igual importancia los niños jugando en un improvisado sube-y-baja hecho con vigas de un derribado palacete; los espectadores sorprendidos por los aviones que se acercan: en sus caras se escucha el sordo ruido de las hélices y la ingenuidad del peligro que se acerca; los cuerpos en la morgue después de un bombardeo; la joven y feliz pareja que se toma una foto en una asoleada plaza catalana; la imagen tierna y desoladora de un niño huérfano ante un plato de sopa; mujeres alistándose en los ejércitos.

Una de las últimas fotos tomadas a Gerda Taro
Pero Capa y Taro siguieron al dedil la máxima de Robert: «Si tus fotos no son buenas es que no están lo suficientemente cerca»: Taro fue aplastada por un tanque de guerra en el repliegue del ejército republicano en Brunete, España; Capa la siguió 17 años después al pisar una mina en Indochina. Vidas como la de Aquiles, cortas pero llenas de gloria inmortal.