Dedicado a nuestros anfitriones, Raimo y Maija
No se como empezó. Pero mi llegada a aquella cabaña de Puumala se vio marcada por la presencia de los arboles. Sentí que parte del recibimiento de aquella acogedora cabaña y de aquellos anfitriones tan especiales venía de esos seres esbeltos, de trajes distinguidos, de copas frondosas. En algunos la edad se hacía obvia, en otros la delgadez y la fragilidad delataban cierta inmadurez.
Aquel conjunto de trajes de tejidos y entramados diversos me recordaba una vieja estampa veneciana de un ballo in maschera que adornaba el vestier de mis padres. En los blancos troncos de los abedules, las cortezas se desprendían como los hilos colgantes de un ruedo; en otros árboles, se sobreponían las caparazones en un infinito de un espectro de marrones; los pinos llenaban el suelo de espinas y piñas que se entremezclaban en un sottobosco de musgo, líquenes y helechos en cuya penumbra crecían miles de arándanos rojos y azules.
Cuando busqué Puumala en el mapa entendí que este país es un bosque con lagos salpicados por ciudades discretas y cabañas vacacionales con habitantes que viven con y son parte de la naturaleza. Su contacto es directo y continuo. Sus calientes saunas se alternan con las heladas aguas de sus lagos, los troncos de los árboles son los ladrillos para construir sus casas y los kota (http://sabordefamilia.com/?p=7911), una suerte de iglú donde el fuego central sirve para calentarse en el invierno o para preparar unas salchichas en el verano. Los frutos de bosque son parte del desayuno, las ramas de algunas plantas son usadas par el sauna; las aguas de sus lagos sirven para nadar, esquiar, patinar o simplemente observar desde las amplias ventanas con las que acostumbran fabricar sus casas.
Aquella cabaña de Puumala me conectó con algún lugar de mi memoria. Un lugar de fábula, como los ilustrados por Rudolf Kuivo. De cuentos de la infancia que me leía mi madre que luego leyó a mi hija. Un espacio donde conviven duendes, hadas, gnomos, elfos, lobos, brujas, zorros, liebres, lechuzas.
Pero sobre todo, árboles , muchos árboles, bajo cuyas protectoras copas viven y conviven un universo de seres visibles e invisibles, reales e irreales, materiales e inmateriales, todos presentes en aquel verde espacio ubicado a orillas de un lago de la frondosa Finlandia.
Aquel conjunto de trajes de tejidos y entramados diversos me recordaba una vieja estampa veneciana de un ballo in maschera que adornaba el vestier de mis padres. En los blancos troncos de los abedules, las cortezas se desprendían como los hilos colgantes de un ruedo; en otros árboles, se sobreponían las caparazones en un infinito de un espectro de marrones; los pinos llenaban el suelo de espinas y piñas que se entremezclaban en un sottobosco de musgo, líquenes y helechos en cuya penumbra crecían miles de arándanos rojos y azules.
Cuando busqué Puumala en el mapa entendí que este país es un bosque con lagos salpicados por ciudades discretas y cabañas vacacionales con habitantes que viven con y son parte de la naturaleza. Su contacto es directo y continuo. Sus calientes saunas se alternan con las heladas aguas de sus lagos, los troncos de los árboles son los ladrillos para construir sus casas y los kota (http://sabordefamilia.com/?p=7911), una suerte de iglú donde el fuego central sirve para calentarse en el invierno o para preparar unas salchichas en el verano. Los frutos de bosque son parte del desayuno, las ramas de algunas plantas son usadas par el sauna; las aguas de sus lagos sirven para nadar, esquiar, patinar o simplemente observar desde las amplias ventanas con las que acostumbran fabricar sus casas.
Aquella cabaña de Puumala me conectó con algún lugar de mi memoria. Un lugar de fábula, como los ilustrados por Rudolf Kuivo. De cuentos de la infancia que me leía mi madre que luego leyó a mi hija. Un espacio donde conviven duendes, hadas, gnomos, elfos, lobos, brujas, zorros, liebres, lechuzas.
Pero sobre todo, árboles , muchos árboles, bajo cuyas protectoras copas viven y conviven un universo de seres visibles e invisibles, reales e irreales, materiales e inmateriales, todos presentes en aquel verde espacio ubicado a orillas de un lago de la frondosa Finlandia.