Halong Bay: un viaje al mas allá

“En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”
Ramón de Campoamor y Campoosorio (1817-1901).

Quizás aquella neblina permanente que nos acompañó durante todo nuestro viaje por Vietnam ayudó. O quizás fueron aquellas aguas impasibles. O quizás la falta de viento aun cuando la temperatura era perfecta.
Pero sin duda alguna, el primer impacto que genera la visión de Halong Bay es el de un cuadro que los americanos llaman still life. Y es que la quietud del lugar, el silencio y la inmovilidad eran justamente de stillness, de inmovilidad. De muerte. Un cuadro de naturaleza muerta.
Nunca me había detenido a pensar que still life traduce a naturaleza muerta. Al llegar a Halong Bay la quietud y la falta de movimiento dispararon en mi mente imagines traídas por el ave fénix.
Ayudó la presencia de estas montañas llamadas nui, que parecen flotar en el mar y que se suceden hasta el infinito. No importa cuánto se recorra, siempre hay una nueva cadena con formas impredecibles que parecen recordarnos que se entra a la bahía pero quizás no se logre salir nunca de ella.
Durante uno de los trayectos, todos los que estaban a bordo conmigo durmieron un sueño profundo. Quedé sola en cubierta observando los barcos a la distancia que parecían espectros olvidados, carcasas llenas de fantasmas, tribulaciones a las que nunca nadie reclamó. La bahía vista a contraluz me hizo pensar en Ulises y las sirenas.
Pero bastaba con darse la vuelta, con esperar que asomase un rayo de sol para iluminar aquellas piedras. Y entonces vi un ave volar, acercándose a su nido; vi los impresionantes colores del agua; vi el atardecer dorar la superficie del mar; los colores de las barcazas de los pescadores; las sonrisas de los niños vendiendo frutas; la escuela pintada de amarillo tostado; los colores de las velas de los barcos….
Entonces desperté como de un sueño profundo. Estaba viva.