Hablar de Praga es hablar de la cultura judía. Es una parte inseparable de lo que es esta ciudad y la visita a su ghetto es obligatoria: por una parte , para tener elementos indispensables que permitan comprender la historia de Praga; por otra , para entender el devenir de una civilización , cuyos altos y bajos resultaron básicamente del manejo de la «otredad»- períodos de tolerancia alternados por intransigencia, aceptación seguida de aniquilación- y finalmente, como gesto de respeto hacia un pueblo que pienso sea de los pocos , sino el único, que haya sido capaz de recuperar la memoria histórica de su pueblo, desenmascarando con ella los crímenes de un regimen totalitario y mantener viva en la memoria universal – a niveles que puedan resultar de momentos machacosos- unos acontecimientos que de otro modo hubiesen pasado al olvido.

Sinagoga Pinkas
El barrio recibe el nombre de Josefov en honor al emperador Joseph II quién, con su edicto de tolerancia del 1781, eliminó practicamente todas las limitaciones impuestas a los judíos hasta el momento. En contrapartida y basado en su política de promover el alemán, se acordó que los judíos tomaran nombres en alemanes y utilizaran el hebreo y yiddish exclusivamente en las sinagogas.
Este acuerdo permitió una mayor integración de la comunidad y una verdadera expansión de la literatura alemana praguense abanderada por las mentes brillantes de Kafka, Brod Max y Franz Werfel.

Los muros que gritan de la Sinagoga Pinkas
La Sinagoga Pinkas fue fundada en 1535 y después de pasar por varias manos y dilatadas restauraciones -gracias a los buenos oficios de la antisemítica burocracia soviética- finalmente fue abierta en 1989 y muestra a los que la visitan un eescenario impactante y desgarrador.
En sus paredes calizas, sin que medie ningún elemento decorativo adicional ni mobiliario, están escritos los nombres de los 77 297 judíos de Bohemia y Moravia que fueron víctimas del Holocausto.
Una agobiante y aterradora lista de nombres que inicia- en orden alfabético -por apellidos, seguidos por los nombres escritos en negro con sus respectivas fechas de nacimiento y fallecimiento. Familias enteras pasan frente a los ojos del atónito visitante. El número fatídico, 1942, se repite de manera monótona, como si se tratara de una guadaña. Un número que aparece como un zopilote carroñero a la espera de un tren oscuro de letras que se dirige, una trás otra, al desfiladero.
Una sala trás otra con su gélido minimalismo son un tránsito por lo más oscuro del ser humano, un encaramiento brutal con la irracionalidad , la demencia y la intolerancia. Cada nombre es un grito de dolor, un llamado de auxilio. Quizás lo más escalofriante es recordar a Zoran Music que tituló casi todos sus cuadros -hechos una vez que salió del campo de concentración-: «Pero no seremos los últimos».
Los niños del campo de Terezín
El piso de arriba de la Sinagoga tiene un sala muy pequeña pero impactante donde se exponen los dibujos que realizaron niños judíos que se encontraban en el campo de concentración de Terezín. Dos maletas fueron recuperadas con dibujos hechos por niños guiados de la mano de maestra de pintura, Friedl Dicker-Brandeis .

Friedl Dicker-Braudeis
Friedl fue una estudiante de la Bauhaus en Viena, alumna de Paul Klee, quien buscó refugio en la república checa donde se casó con un primo, Pavel Brandeis. En 1942 fueron deportados para Terezín donde ella se dedicó a enseñar a los niños a dibujar,

Friedl Dicker-Brandeis, con su esposo Pavel, en 1937
intentando despertar en ellos la creatividad, Mientras esperaban por la muerte, ella les enseñaba a pintar. Hacían terapia.
Ella organizaba en las noches los dibujos, los clasificaba, los ordenaba en unas maletas.
Para 1944, su marido fue deportado a Auschwitz y ella voluntarió para el siguiente tren para acompañarlo. Antes de irse, le hizo entrega de las maletas a una de las acompañantes de su barraca. En ellas, más de 4000 dibujos realizados

Autoretrato por Friedl Dicker
por los niños del campo de terezín. Friedl murió en el campo de concentración de Auschwitz en 1944. Su marido sobrevivió.
A la salida de la singoga, el cementerio judío: 12 000 lápidas, encajadas e la tierra de manera desordenada, azarosa, que recuerdan una boca con los dientes desplazados de un lado y otro; la luz filtra a través de los altos árboles y la estrecha caminería nos lleva finalmente a la salida.