Este reportaje sobre la banalización de la miseria me pareció muy interesante porque aborda la simplificación de problemas muy complejos, la pre-digestión que realizan alegremente los medios y, se pregunta uno si vino antes el huevo o la gallina, la simplificación que hace mucha gente al abordar temas tan difíciles ante los cuales se pretenden soluciones igualmente simplistas. Basta ver algunas decisiones políticas como prohibir el velo en Francia por considerarlo una prenda sexista cuando no se emiten juicios sobre otro tipo de prendas. Un velo que esconde problemas mucho más graves de intolerancia y de incapacidad de manejar situaciones de falta de integración.
Los envíos de dinero a las poblaciones en crisis son seguramente un buen sedante para la angustia. En Venezuela, con el deslave del año 1999, la gente aprovechó para enviar ropa vieja a los pobres y , al abrirse las cajas de los envíos, aparecieron en algunas viejos disfraces, trajes de novia, … Una manera muy cómoda para hacer limpieza del desván y quedar tranquilos con la conciencia.
Crisis en vivo y en directo.
Cuando la visión obscena de la pobreza se convierte en materia prima de la guerra por las audiencias
Jaume V. Aroca, La Vanguardia, 6/2/2010
El pasado verano, en plena crisis de la prostitución en la Rambla de Barcelona, el responsable de un veterano equipo de reporteros explicaba la siguiente experiencia: una noche envió a un periodista en busca de una prostituta que estuviese dispuesta a hablar ante las cámaras. Dio con ella. La mujer le dijo que sí a cambio de cincuenta euros, veinte más si incluía un acto sexual. ¿Acto sexual? Ella le enviaría un SMS cuando hiciera un servicio y él podría grabarlo clandestinamente. Era, según dijo, el precio que ya había acordado con otra cadena.
La cara más obscena de la pobreza se ha convertido en estos tiempos de crisis en una materia prima más de la pugna por los índices de audiencia. Cuanto más desgarradora es la puesta en escena, mejor. Y el público, a tenor de los índices de aceptación de algunos de estos programas, goza del circo. Parte de la audiencia está dispuesta a sentarse en el comedor de casa y ver la miserias de la Cañada Real de Madrid o acceder a los pisos sobreocupados del Raval de Barcelona.
El hit de esta ola de cruda realidad llega ahora de la mano de un nuevo programa de Antena 3. Se trata de la transposición a España del programa Famous, rich and homeless, una producción de la BBC que en el Reino Unido alcanzó unas audiencias considerables.
En la versión española algunos personajes mediáticos van a disfrazarse por unos días de pobres y a convivir con ellos en las calles. El elenco de artistas no es menor: Álvaro Marichalar, la olímpica Blanca Fernández Ochoa, Sofía Mazagatos… Todos ellos ejercerán diez días de vagabundos.
Càritas y un grupo de organizaciones no gubernamentales han puesto el grito en el cielo ante el solo anuncio de este programa, hasta el punto de que la cadena ha decidido recortar el formato y reducirlo a una única emisión.
El enojo de Càritas tiene su particular fundamento: alguno de estos actores de lujo hizo una visita con cámara oculta a las oficinas de la organización en busca de una historia impactante. Y, según explican en Càritas, los pillaron.
Pero más allá de esta anécdota e incluso del polémico programa, la crítica de estas organizaciones al modo en que algunos medios abordan la miseria se resume en lo siguiente: la banalización. «Es un error habitual en el que incurren a menudo ustedes los periodistas –advierte la antropóloga y trabajadora de Càritas Mercè Darnell–, porque todo es mucho más complicado. La mayor parte de la gente que vive hoy en la calle son personas que cayeron fuera del sistema en las crisis de los setenta o de los ochenta. Son gente cuyo desarraigo social viene larvándose desde hace muchos años. A menudo, detrás está el alcoholismo, la ruptura familiar, enfermedades mentales. No se entra en la calle ni se sale así como así».
En opinión de Darnell, la simplificación es grave porque «los medios dan a entender que la solución es fácil y así lo entiende el público». «Denles una casa. Punto. Pero el problema no es la casa. Es la persona. ¿Sabe usted cuánto tiempo y dinero, cuántos especialistas de cuántas disciplinas distintas son precisos para lograr sacar a una persona de la calle?».
Begoña Román, profesora de Ética de la Universitat de Barcelona, es miembro de la comisión de seguimiento del código ético de la Federació Catalana de ONG. Román niega de plano que la divulgación de imágenes de personas postradas por la miseria tenga «la más mínima eficiencia social». Todo lo contrario, alienta «la indiferencia en la medida en que está unida al entretenimiento». «La espectacularización de la miseria es una nueva versión del pan y circo», explica. En este sentido, Román considera que se debería abrir un debate en España sobre la regulación de los contenidos. «Si ya no hay duda de que ha fracasado la autorregulación a través de los códigos de conducta de los periodistas, tal vez deberíamos preguntarnos si no es necesario imponer unos límites legales sobre cómo se deben abordar estos temas».
No es la opinión de Victòria Molins, una religiosa que ejerce un intenso activismo social en el Raval de Barcelona. Ella ha colaborado en alguna ocasión con Comando Actualidad, uno de los programas de Televisión Española que, junto a Callejeros, del canal Cuatro, se han destacado en los últimos meses por una visión más agresiva en este tipo de reportajes. Victòria es de las que creen que es bueno que las televisiones muestren la parte más amarga de la realidad social. «Yo siempre les hablo de lo mismo, de la esperanza, de cómo la gente es capaz de salir adelante».
Pero como es sabido, no siempre es ese el tratamiento. Victòria explica que «hace unas semanas salió en uno de estos programas una mujer del Raval». «Me pareció humillante y cuando la encontré por la calle se lo dije. Estaba triste, porque me decía que su hija también se lo había reprochado.A menudo los periodistas olvidáis que toda esa gente tiene dignidad…», relata.
La idea de fondo, que comparten Darnell, Román y Victòria es que la vida humana, cualquier vida humana, no es un material informativo intrascendente. Que no puede tratarse del mismo modo que cualquier otro sujeto de la información.
La pregunta que sigue en el aire es por qué, según las audiencias –con resultados, es cierto, cada vez más mediocres–, estas historias continúan atrayendo todavía al público.
El periodista Rafael Jorba, responsable de análisis de contenidos del Consell Audiovisual de Catalunya, tiene su teoría: «Vivimos en una sociedad muy compleja que requiere mensajes simples, rápidos. En segundo lugar, nos hemos convertido en consumidores de emociones. Las devoramos, las digerimos y vamos a por otras».
Es decir, si es cierta esa hipótesis, cabe aventurar que las escenas de miseria desaparecerán pronto de las pantallas. La fiebre habrá pasado aunque la pobreza, en cambio, permanezca.
Entre tanto, seguirá habiendo tipos que, cámara en ristre, abrirán la nevera en casa de los pobres: «Y así, ¿qué tiene aquí señora? Ya veo. Un chorizo del siglo pasado». Y en el salón de casa se oirá una estúpida carcajada.
El ejemplo de Haití