La cámara escondida

El periódico el País publica un excelente artículo a cargo de Boris Izaguirre ( con un final muy verdiano…).

El leitmotiv es la indiscrecionalidad de nuestra vida moderna. En efecto, no deja uno de sorprenderse como hoy en día todo queda grabado, desde  los accidentes de tránsito pasando por las catástrofes naturales. Lo que dice un político en el jardín de su casa estará publicado en youtube en un abrir y cerrar de ordenador.

Leí  que el tenor peruano Flórez  en mas de una ocasión, terminaba de actuar y se iba a ver las grabaciones «piratas» que le habían realizado en el mismísimo teatro y que ya estaban colgadas en la red. Por no hablar del cineasta de la Iglesia- defensor a ultranzas de la piratería- que se encontró con una copia de su última película (en alta definición) montada en internet cuando ésta estaba todavía en fase de pre-selección para los premios Goya…

A partir del caso Galliano, Izaguirre hace planteamientos brillantes de los que provocan una buena conversa con amigos con copa de vino en mano.

Hubiese agregado que el caso de este modisto me parece de manual: es un personaje que debe estar muy avergonzado de su origen andaluz y gibraltareño visto su deseo por hacerle creer al mundo pero sobre todo , a si mismo, que sus orígenes son del más rancio linaje ario. Asume un pose provocadora a pesar de que está perfectamente consciente que ante una re-edición del Neuordnung , sus orígenes y sus preferencias sexuales le ganarían un puesto en primera fila en un campo de exterminio. De modo ( o de moda) a tantos personajes del jet set: la pose para la fotografía eterna.

Me he enterado gracias al artículo de Boris sobre la terapia a lo que fue sometido Sant Laurent. Es una de esas pequeñas historias de horror de la guerra que no aparecen en los libros de historia.

A sabiendas que vivimos en una sociedad donde todo se escucha y se graba, ¿deben aquellas personas con determinados cargos de poder (políticos, artistas, intelectuales) ser responsables de lo que dicen «off the record«? O en realidad, a sabiendas que tal concepto ya no existe, ¿están asumiendo poses provocadoras para lograr que las cámaras los enfoquen por un rato mas?.

¿Se debe ser y parecer ? A la pobre Livia Drusila le deben estar pitando los oídos demasiado últimamente…


Bar La Perle
BORIS IZAGUIRRE 05/03/2011
El País

La casa Dior es una de las embajadas del estilo francés, tan difícil de definir como cualquier estilo, sobre todo porque todos son propensos a reflejar la actualidad, y la actualidad francesa a veces detesta a sus María Antonieta y otras las ensalza. John Galliano (Gibraltar, 1960) tenía la capacidad de aglutinar conceptos como nadie en su etapa como diseñador-jefe de esa marca. Napoleón con el barroco. Hollywood con Versalles. Y ahora, en su caída en desgracia, conjurar un nuevo lema para los tiempos que vivimos: el fin de la privacidad.
En la era de internet, lo panóptico convierte lo público en universal
Cualquiera de nuestros actos, públicos o privados, están siendo vigilados. Hace más de dos siglos se le llamaba vigilancia en panóptico, se empleaba en principio en torres de control de cárceles para luego ser adaptada a colegios y hospitales, permitiendo al celador controlar cualquier movimiento sin apartarse de su sitio. En la era de Internet, lo panóptico convierte lo público en universal y lo privado sirve como espectáculo de masas. Y todo se ejecuta sin la menor violencia. Como dijera Andreas Weigend, ex jefe científico de Amazon: «Los datos que antes la KGB y la CIA obtenían con presión o tortura, ahora todo el mundo los publica en una red social».
Del vídeo que The Sun ha publicado de un ebrio Galliano en su bar vecinal, La Perle, todos recordaremos sus atroces frases. En más de un banco neoyorquino deben susurrarse improperios contra alguien con apellido judío. En más de un despacho de televisión deben proferirse comentarios homófobos. En muchos campos de fútbol se insulta a jugadores africanos. Para hacer justicia contra todos ellos, necesitas grabarlo. Pero solo si eres John Galliano o Mel Gibson (uno gay, el otro archiheterosexual) puedes conseguir alcance mediático y crear un Judas moderno.
Llegando a los juzgados, bajo un sombrero fedora, favorito de las actrices de los años treinta, una flor de ambigua veracidad y la melena teñida, Galliano recordaba al Michael Jackson en pijama y desorientado de uno de sus juicios por pederastia, mejor vestido pero igual de señalado. La extravagancia que antes hiciera vender trajes, ahora se aplica para enmarañar la execrable frase que todo echó a perder. Claro que la oscarizada Natalie Portman tiene que hacer valer su condición judía, pero tampoco podrá evitar que algunos deseen compararla a una Salomé moderna que exige la cabeza de un antiguo enamorado.
La combinación vigilancia panóptica y voracidad mediática es en efecto más invencible que mezclar saharianas con esvásticas o Bella Durmiente con Esmeralda. Y la rueda de la moda, una de las industrias más vinculadas al culto de la personalidad, se agota entre clamores que defienden al diseñador o que exigen castigo a su persona. Aplaudirle o gasearle. Quizás para evitarlo, se le inscribió en un centro de rehabilitación en el desierto de Arizona, que hábilmente emplea la palabra «medanos» en su nombre. Quizás decidieron esa medida ante la incomprensible ingenuidad de la empresa, incluso de él mismo, frente al invisible acecho de cámaras y móviles. ¿Cómo es posible que estuviera tan solo en ese bar? En ese magistral retrato de la moda que es Lagerfeld Confidencial (Rodolphe Marconi, 2007) el propio Lagerfeld deja que le filmen cenando solo, con la televisión su única compañía y al final de la jornada vemos cómo un empleado de seguridad le encierra bajo siete llaves en su departamento monegasco. Queda claro que no es solo por su seguridad, es por la de la industria. Y no es la primera vez que Dior vive crisis con sus creadores. Yves Saint Laurent, que jovencísimo sucedió a Christian Dior, fue enviado contra su voluntad al frente en la guerra contra Argelia. Para no convertirle en desertor se le diagnosticó locura, y para probarlo se le sometió a tratamientos de electrochoque a los que siempre adjudicó su declive psíquico.
En el siglo XXI de la vigilancia panóptica, los más retorcidos harán del bar La Perle un centro de peregrinación fetichista, al igual que Villa Casuarina, la casa donde murió tiroteado Gianni Versace. El lugar donde el rey de la moda cayó solo en ese populoso desierto llamado París.