Praga es una ciudad fotogénica. Le encanta que le tomen fotos desde cualquier ángulo y está siempre lista para el disparo. Su escenografía es el resultado de una fascinante mezcla de siglos de historia que han dejado cada uno una huella muy particular. Los diferentes estilos se dejan entrever, se juntan , se separan y entra las rendijas logramos bajar a las profundidades de una sociedad compleja, fruto de los primeros checos de la dinastia de los Premislida, judíos presentes desde el año 800 y alemanes.
La presencia del totalitarismos nazis y rusos dejaron huellas de sangre y dolor: el primero aniquilando físicamente la población judía , usando el campo de exterminio de Terezín ( a 65 km al norte de Praga); los segundos acabando con el espíritu, la erudición y la libertad del pueblo checo. Con ellos, Praga entro en un período de estancamiento, se congeló en tiempo y tan sólo un teciopelada revolución y la caída del muro permitieron el definitivo florecer de
la primavera praguense y un paulatino retorno a la normalidad. La libertad se asomó por la plaza de la vieja ciudad. Las sonrisas y la gentileza tomarán todavía algún tiempo.
Bohemia, la princesa Libuse, Ludmilla, Vratislav, los Habsburgos,…son nombres que aparecerán en placas para recordarnos de sus inicios. Para aquellos políticos inconvenientes, los praguenses inventaron una solución de reminiscincias etéreas: las defenestraciones, que marcaron el inicio de la revolución de los husitas (1419) y el abrupto cierre de las discusiones entre católicos y protestantes (1618).
Algunos de sus conciudadanos contemporáneos dejaron huellas inolvidables en el colectivo universal: Antonin Dvorak y su sinfonía del Nuevo Mundo; Alfons Mucha y sus mujeres incursionando en la publicidad; Frank Kafka metamorfoseado por la ciudad; Bedrich Smetana dándole sonido a un Moldava que su sordera luética

Smetana
no le dejaba escuchar; la insoportable levedad de Kundera, la no violencia de Vaclav Havel.
Praga es también la ciudad de loscristales, las marionetas, del ambar, los teatros negros. La del escaso márgen gastronómico más allá de un goulash o una salchicha y mucha pero mucha cerveza.
Es la ciudad del siempre volver.