La piel de la tierra: el Grand Canyon (Az)

Intento visualizar la imagen que tengo del Gran Canyon entre tantas que he visto: la real, las de los documentales, la que me han contado, la que he soñado. Si intentara dibujarla, el resultado sería un trazado en carboncillo que solamente yo podría entender. Me tocaría entonces explicarlo. Tal y como le tocó hacerlo al Principito con su boa y su elefante.

Adoro la fotografía con macro, el detalle , el descubrimiento del mundo microscópico. Pero resulta que cuando el encuentro es con la grandiosidad, donde el detalle mide miles de centenares de kilómetos, no hay lente que capte la pérdida de aliento, el vértigo de lo nanométrico de nuestras vidas, la sensación de vida y muerte, el encuentro místico con la naturaleza.

Al volar por el Grand Canyon se llega a sentir que  el único movimiento está en el helicóptero. Las imágenes  se suceden como  un vórtice multicolor. El todo en una aparente inmovilidad, como detenido en el tiempo.

Still nature. Palabras que al español  se han traducido como naturaleza muerta. Y quizás nunca mejor utilizadas. Son imágenes de vida y de muerte. De inicio y fin. Es la cara primigenia de la Tierra. Su piel, con sus infinitos colores y texturas  que cambian según la hora del día, el mes del año, el segundo en que se les ve.

Dicen que hay astronautas a quienes la experiencia de ver la Tierra desde una visual tan lejana les ha cambiado su visión de la vida para siempre. Quizás hay algo de esto en este paseo por los inmensos entresijos de la Tierra. Un paseo por un lugar de transformación.

Y cuando vuelvo a buscar dentro de mi la imagen del Grand Canyon entre las miles de mi propio disco duro, entonces me doy cuenta que todas se me escurren entre los dedos y  que me he quedado con mi propia imagen, sentada en el lobby del heliopuerto ya vacío, recuperándome, con los ojos llenos de lágrimas, por la experiencia recién vivida.