Las benditas madrastras

 

Ilustración: Ana Juan

 

 

El Babelia (Suplemento cultural de El País)  de esta semana está dedicado a las madrastras de los cuentos infantiles. Inicia con interesante reflexión de Antonio Rodriguez Almodovar- un experto el el tema de la literatura infantil para continuar con el ensayo de la escritora Soledad Puértolas.

Como no hay cuento que resista un análisis junguiano, hay una reseña al libro (La llave de oro. Madres y madrastras en los cuentos infantiles) de Sibylle Birkhäuser-Oeri, discipula de Jung. Del mito  de Perséfones, la madre-madrastra juega un rol importante en la transformación de niña a mujer. El libro- recientemente editado al español -luce como un must en el tema .

Finalmente, les copio una breve reseña de «El verdadero final de la bella durmiente» de Ana María Matute (1995).


No toquéis a Blancanieves

ANTONIO RODRÍGUEZ ALMODÓVAR

09/07/2011

A la hora de abordar cualquier asunto relacionado con los cuentos tradicionales conviene no olvidarse de lo principal: el sentido de estas narraciones es de naturaleza simbólica. Esto es, expresan una cosa, pero se refieren o aluden a otra. Por tanto, cualquier intento de racionalizarlas, o de acercarlas a intereses o ideologías de nuestro tiempo, está condenado al fracaso, si no al más espantoso ridículo. Es lo que ocurre cuando se quieren «adaptar» las Caperucita, Blancanieves, Cenicienta, etcétera, con el prisma de «lo políticamente correcto», de algún feminismo extraviado, de pedagogías hiperproteccionistas, y otras yerbas posmodernas.Así, por ejemplo, ver menosprecio hacia la figura de la madrastra, frente a la de la madre, como encarnaciones respectivas de la maldad frente a la bondad, es no querer mirar más allá de esos estereotipos, y, en suma, condenar a la desaparición a esos relatos milenarios. Pues nada se resuelve reemplazando a la madrastra de Cenicienta por su madre, si en todo caso la mujer del padre, sea quien sea, ha de seguir maltratando a la heroína. Y si ponemos a una señora bondadosa, desaparecerá el motor del conflicto, que es el maltrato.Tal vez por esa razón, en las versiones orales de estos viejísimos cuentos (haycenicientas rudimentarias ya en el Antiguo Egipto), y desde luego en los pertenecientes a nuestra rica tradición hispánica, unas veces aparece la madrastra y otras es la propia madre la que se muere de envidia por la belleza de su hija, que es lo que desencadena una historia que sigue fascinando a los niños de todo el mundo, incluso ante las versiones almibaradas de la factoría Disney. Pues ni Disney, ni nadie, podrá evitar que la heroína emprenda y supere un durísimo camino de emancipación, huyendo de un espeso ambiente incestuoso. Por eso las versiones más auténticas de Blancanieves no hablan para nada de siete enanitos, sino de siete, o tres, hermanitos, los que previamente han sido expulsados del hogar por un padre que ansiaba tener una niña, que al fin llegó. En el caso de Cenicienta, la tan denostada madrastra lo que va a evitar es precisamente que el padre viudo se acerque demasiado a su hija, aunque no por eso dejará de obligarla a realizar las más penosas tareas.En Caperucita, el papel de la madre tampoco resulta muy edificante, pues prácticamente arroja a su niñita al mundo exterior, el bosque, y con un atuendo como para no ser detectada por los lobos de turno. Y si nos acercamos a La bella durmiente -en versión completa-, veremos con horror cómo una suegra edípica pretende devorar a sus propios nietos y luego a su nuera. Se podría concluir, de este rápido examen de cuentos muy extendidos, que tanto madre como madrastra, o como suegra, comparten un mismo rol: abandonar y/o castigar a la heroína, para así darle la oportunidad de que crezca y se libere.Todo eso, que reputados antropólogos, psicoanalistas y semiólogos han ido desvelando en los últimos tiempos, es lo que aconseja que estos cuentos no se alteren, pues alumbran en la mente infantil, y en el psiquismo colectivo, mucho más de lo que los adultos podemos entender a simple vista. Allí destruyen embrionarios complejos de Edipo, ayudan a combatir frustraciones narcisistas, rivalidades entre hermanos, a conocer, en fin, los límites de la existencia y del propio yo, más un descubrimiento intuitivo del sexo, como pieza turbadora en el corazón de la vida. Pero, sobre todo, iluminan la esperanza de hacerse independientes y libres, tras vencer tantas penalidades. Y al final del camino, el encuentro gozoso con otro ser distinto e inesperado: el príncipe, la princesa, que naturalmente no hay que interpretar en la literalidad miope de estos términos. De paso, observen cómo ese final incluye todo un matrimonio interclasista y por amor, que no es ninguna nonada, entre costumbres que todavía hoy sujetan a muchas niñas a repugnantes matrimonios concertados. Por ahí anda el meollo de estos relatos. Así que, por favor, no toquéis a Blancanieves, ni a la madrastra, y si me apuráis, ni siquiera a los enanitos de Disney, que bajo ese absurdo disfraz de mineros de un bosque (¡), con sus siete camitas, resultan tan divertidos y tan, ¿cómo diría?… encantadoramente libidinosos.

Antonio Rodríguez Almodóvar (Alcalá de Guadaira, Sevilla, 1941) obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, 2005, con El bosque de los sueños (Anaya). Su último libro es Si el corazón pensara (Alianza, 2009). http://www.aralmodovar.es/


REPORTAJE:

EN PORTADA

Malas de cuento

SOLEDAD PUÉRTOLAS

09/07/2011

 

Blancanieves y la madrastra. Paula Rego (1935)

La literatura infantil está poblada por más madrastras y brujas crueles que madres bondadosas. Arquetipos, simbología y mitos analizados a la luz de la psicología en un libro de Sibylle Birkhäuser-Oeri. Blancanieves, La cenicienta, La bella durmiente o Caperucita Roja son clásicos que permiten múltiples interpretaciones.De niña, fui lectora apasionada de los llamados cuentos de hadas, por los que desfilaban extraños seres no siempre benignos que daban a la vida una constante sensación de peligro e incertidumbre. En aquellos cuentos, los escenarios también resultaban intimidatorios. Grutas, bosques espesos, acantilados rocosos, mares agitados, estanques turbios sobre los que aleteaban sonidos de ultratumba y sombras amenazantes, servían de telón de fondo de intrincadas historias en busca de tesoros y reinos perdidos o desencantamientos, porque muchas veces, el protagonista había sido víctima de un maleficio y vivía bajo una falsa y horrible apariencia.Me gustaban más estos cuentos de los que no puedo recordar un solo argumento -imagino que eran todos muy parecidos- que los clásicos infantiles. Excepto dos: Blancanieves y La Cenicienta. Podría añadírseles El patito feo. Desde luego, Caperucita no me gustaba nada, aunque su historia estaba muy presente, quién sabe por qué, en nuestras pequeñas vidas. Blancanieves y La Cenicienta, que en realidad es una especie de patito feo, lograron una popularidad enorme gracias a Walt Disney. Eran historias que no podían dejar indiferente a una niña. Dos historias de madrastras, por cierto. Curioso, ¿no? La madrastra de Blancanieves, además, es bruja. El famoso espejito en el que se mira para asegurarse de que su belleza no tiene rival en su reino la pone en relación directa con las fuerzas del mal. La madrastra de la Cenicienta, sin embargo, es simplemente una mujer mala. Humilla constantemente a su hijastra y le encarga los más fatigosos trabajos de la casa, mientras no escatima dineros para vestir lujosamente a sus hijas con la idea de casarlas bien. Esta mala mujer carece de poderes sobrenaturales. Es Cenicienta quien, al final, accede a la magia.En todo caso, una, bruja, otra, simplemente malvada, son prototipos de la madrastra que odia a su hijastra. No deja de ser llamativa esta presencia tan poderosa de las madrastras en los cuentos infantiles. Si la niña o la joven tienen al enemigo dentro de su círculo familiar, ¿cómo no se va a presentir toda una sucesión de peligros? Pero de esto tratan los cuentos, de obstáculos y dificultades. Si Blancanieves y Cenicienta hubieran tenido madres en lugar de madrastras, sus historias no habrían tenido lugar. La madre es buena por naturaleza, generosa, protectora. Blancanieves y Cenicienta son dos jovencitas desvalidas a las que hay que salvar.¿De qué manera está presente la figura de la madre en los cuentos infantiles? El de Caperucita comienza precisamente con un breve diálogo entre la niña y su madre. La madre encarga a la niña que lleve la merienda a su abuelita, pero le advierte de los peligros del bosque y le pide que no se entretenga. No volvemos a saber nada de la madre. El final es lo bastante radical como para que se nos ocurra pensar qué habrá sido de ella. El lobo entra en casa de la abuelita, se la come y se pone su ropa. Llega Caperucita con la merienda y, a instancias de la falsa abuelita, se mete en la cama con ella. Tras el famoso diálogo -«¡qué dientes más largos tienes!», etcétera-, el lobo se zampa a la pobre Caperucita.El tremendo episodio ha sido abundantemente comentado, dada la potencia de la imagen. El lobo, negro y peludo, vestido con camisón blanco y tocado con una cofia, supone un contraste casi insoportable con la dulce e inocente niña. Pero, una vez que nos hemos dado cuenta de que en este cuento hay una madre, volvamos a ella. Y, de pronto, nuestra cabeza se llena de preguntas. ¿A quién se le ocurre mandar a la niña sola a casa de la abuelita teniendo que pasar tan cerca del bosque, un lugar peligroso por definición? Esta madre, ¿no será en realidad una madrastra?, ¿por qué, si no, envía a la niña a un lugar y a una hora tan inconvenientes? Lleva la merienda, luego es por la tarde, que linda con la noche. Bosque y noche, dos peligros clarísimos. Lo del lobo ha sido algo imprevisto. O quizá no: quizá la madrastra conoce la existencia del lobo, que tiene su guarida en el bosque. Quizá confiaba en que la niña, que es curiosa, se internaría por el bosque, se perdería y se toparía al fin con el lobo, que la mataría.Como las madrastras malas quieren deshacerse de sus hijastras, tenemos muchas razones para suponer que la madre de Caperucita bien podría haber sido madrastra y no madre. Muerta Caperucita, la madrastra se queda con el padre de la niña para ella sola. La jugada le ha salido perfecta. Más aún, si, como sospechamos, la abuelita, a la que también se ha comido el lobo, es la madre del padre de Caperucita y, como es lógico, no se lleva nada bien con la nueva mujer de su hijo. Si todo esto es así, está claro que la madrastra ha matado dos pájaros de un tiro.Si optamos por atenernos a la figura de la madre, llegaríamos a una conclusión igualmente inquietante: la madre es una perfecta estúpida. No tiene ningún sentido que envíe a su hija en medio de la tarde y con el bosque a sus puertas a casa de la abuelita. Sus advertencias de peligro, como debería de saber, se convierten en incitación, en tentación. Una madre tonta acaba siendo una mala madre.Pero los cuentos infantiles no son realistas, sino simbólicos. Hay muchas más madrastras y brujas que madres bondadosas. La protección materna eliminaría la tensión. En compensación, existen las hadas. Estas bellas y etéreas mujeres, que también tienen complicadas historias a sus espaldas, se encargan de ayudar a los protagonistas de los cuentos cuando se hallan más desesperados. Por eso, sin duda, me gustaban tanto estos cuentos. Siempre podías contar con la intervención oportuna y mágica de las hadas.Al lado de esta clase de literatura, que bien podemos caracterizar de fantástica, estaba la realista, a la que también fui muy aficionada. Allí sí había madres -Celia y Antoñita tenían madres, aunque Celia la pierde-, pero estas madres eran parecidas a la nuestra y a las de otras niñas. Eran madres y eran adultas. Esto, al final, era lo más importante. Porque el mundo de los adultos quedaba tan lejos del mundo de la infancia que la comunicación entre ambos parecía imposible. Estas madres de los relatos realistas eran distantes y daban muchas órdenes incomprensibles. Básicamente, no entendían nada de lo que les pasaba a sus hijos. Era un reflejo de lo que sentíamos los niños y niñas de entonces.La literatura ha ofrecido siempre un lugar donde pasan cosas completamente distintas de las que se ven en el cotidiano acontecer, pero también da cabida a situaciones conocidas de la vida. Ambas opciones son necesarias y complementarias. La exageración y representación del mal y de las dificultades parece algo concomitante a nuestra condición. Sospechamos que esa forma de abordar la realidad nos proporciona nuevos y riquísimos puntos de vista. Bruno Bettelheim, en su apasionante libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas, reivindica esta literatura y nos anima a preservarla. El detallado estudio de Sibylle Birkhäuser-Oeri rastrea los arquetipos maternos en los cuentos infantiles. Siguiendo la pauta de Jung, nos invita a explorar en los símbolos, en suma, a no tirar «la llave de oro que un hada buena nos puso en la cuna».La presencia del mal en el mundo, sostiene Jung, es un hecho evidente y, en consecuencia, no podemos descartar el proceso de aprendizaje que nos brindan los cuentos. Lo tremendo, lo terrible, lo incomprensible, es parte de la vida, y la imaginación es un instrumento poderoso para nuestra sobrevivencia.También para nuestra felicidad.

Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Bruno Bettelheim. Traducción de Silvia Furió. Crítica. Barcelona, 2010. 352 páginas. 10,90 euros. Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) ha publicado recientemente el volumen 1 de Obras escogidas. El bandido doblemente armado y Una enfermedad moral (prólogo de Daniel Fernández. Anagrama. Barcelona, 2011. 156 páginas. 18,50 euros) y el libro de relatos Compañeras de viaje (Anagrama. Barcelona, 2010. 224 páginas. 18 euros. Electrónico: 14,30). www.soledadpuertolas.com.


CRÍTICA: EN PORTADA – LIBROS

Los tesoros del conocimiento

VICTORIA FERNÁNDEZ

09/07/2011

 

 

Entre mujeres. Paula Rego (1997)

 

Sibylle Birkhäuser-Oeri fue discípula de Carl Gustav Jung. A partir de sus postulados, desentraña los mensajes ocultos de decenas de cuentos infantiles y populares, y especialmente de las narraciones centradas en el arquetipo materno

La llave de oro a la que alude el título de este libro procede del psicoanalista suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), que se refirió así a los cuentos -«una llave de oro que un hada buena nos puso en la cuna»- para resaltar la potencia de su valor simbólico. Y es que Jung, al analizar los cuentos populares (llamados también infantiles -aunque se sabe que no estaban, en principio, destinados a los niños-, de hadas, maravillosos, de siempre, de tradición oral, y finalmente clásicos), descubrió su enorme potencial como auténtica llave maestra para abrir las puertas a «lo inconsciente colectivo», a esos patrones y modelos ocultos (los arquetipos) que nos condicionan y nos hacen comportarnos como lo hacemos. «Todas las figuras de los cuentos», explica la autora en su introducción, «pertenecen a los niveles más profundos de nuestra psique; son representaciones arquetípicas. Influyen en nosotros las conozcamos o no, pues se trata de realidades psíquicas. La interpretación jungiana no intenta explicarlas, sino mostrar a través de ellas un camino hacia una experiencia íntima representada simbólicamente en las imágenes de los cuentos. Según esta concepción, lo que acontece en los cuentos es una vívida realidad psíquica. Comprenderla significa comprenderse a uno mismo. Parece ser que en lo más profundo de lo inconsciente del ser humano se encuentra una especie de cámara donde se hallan los tesoros del conocimiento que conciernen a la experiencia psíquica, y encontrar el acceso supone un gran enriquecimiento para nosotros».Alumna de Jung, la psicoterapeuta Sibylle Birkhäuser-Oeri (Basilea, 1914-1971) centró el objeto de sus estudios en el arquetipo materno y, en colaboración con la también jungiana doctora Marie-Louise von Franz, especialista en literatura infantil y en el análisis de los cuentos, desarrolló este ensayo, La llave de oro, publicado originalmente en 1976, ya fallecida la autora, y revisado y ampliado en 2002, que ahora se publica por primera vez en España.No se trata de un estudio folclórico sobre los cuentos, como podría dar a entender su alusión a ellos en el título, sino de un revelador y clarificador estudio psicológico, partiendo de las teorías del citado Jung, sobre los mensajes ocultos de los cuentos populares. Esas historias milenarias, aparentemente sencillas, que forman parte de la tradición, tanto europea como oriental, y que, amparadas en la fantasía, cuentan más de lo que parece y permiten acceder a profundas interpretaciones de los arquetipos, en este caso el arquetipo materno (y, por extensión, el femenino), representado por esos personajes tan «familiares» para los lectores y, a menudo, inquietantes, como madres buenas y madrastras perversas, hadas benéficas y brujas malvadas, princesas sumisas y damiselas maltratadas al borde de la rebelión… Todo ello en un contexto de tiempos violentos y pasiones desatadas (celos, mentiras, asesinatos, incesto, violaciones, maltrato físico, traiciones, vanidad, afán de poder, avaricia), que tanto juego da, periódica y cansinamente, a los guardianes de la «corrección política».Escrito con sencillez, uno de los méritos del libro es su amenidad. Birkhäuser-Oeri ha optado por una exposición práctica, desarrollando sus teorías con ejemplos, al hilo de cuentos concretos, que va intercalando en el texto o que aparecen, brevemente resumidos, en un valioso apéndice final. Blancanieves, Hansel y Gretel, Rapunzel, Cabellos de Oro, La Cenicienta, Barba Azul, La bella durmiente, Las tres hilanderas, Los seis cisnes, Piel de Oso, Caperucita Roja…, y hasta un total de 60 cuentos inolvidables, que la autora repasa de la mano de su maestro Jung, en un libro sugerente y luminoso, que puede interesar por igual a los aficionados a la literatura popular y a los interesados en la psicología aplicada.La llave de oro.

 

Paula Rego

La llave de oro. Madres y madrastras en los cuentos infantilesSibylle Birkhäuser-OeriTraducción de Ruth ZaunerTurner. Madrid 2011312 páginas. 28 euros



CRÍTICA: LIBROS

El verdadero final de la bella durmiente

Victoria Fernandez

09/07/2011


A partir de 12 años. Espléndida recreación literaria del clásico de Charles Perrault de la premio Cervantes 2011, Ana María Matute. La autora obvia el envenenamiento y el sueño de la princesa que espera la llegada del Príncipe Azul, y cuenta, frente al final feliz de las versiones más conocidas, el «verdadero final», tortuoso y terrible, de la historia de los príncipes enamorados. Un relato impresionante y magnífico, que Matute cierra con un irónico y consolador guiño al lector sobre los obligados finales felices de los cuentos. Matute es estado puro.Ana María Matute


Ilustraciones de Teresa Ramos
Lumen / Espasa
Barcelona / Madrid, 1995, 2003 / 1999
112 / 128 páginas. 8,90 / 2,50 euros

 

 

 

Les agrego el  link del nuevo museo de Paula Rego, la artista portuguesa de las que les he colocado dos ilustraciones. Tiene nuevo museo en Cascais, a 34 km de Lisboa

http://www.casadashistoriaspaularego.com/pt/