En un reciente paseo por Burgos tuve la oportunidad de visitar el claustro de la Catedral. Allí me encontré, en una vitrina, ya casi en la salida, con un grupo de esculturas de madera policromadas que estaban como olvidadas, en un lugar fuera del paso.
En todas ellas, lo mas llamativo eran los ojos: rasgados, algunos mirando a la nada,otros hacia el suelo. La ligera inclinación de la cabeza. Daba la impresión que si pudieran hablar, no lo hubiesen hecho. Su postura era silenciosa y las damas transpiraban castidad y devoción.
En el obispo, en cambio, se podía entrever algo oscuro en sus facciones. Se hacía acompañar, a su derecha, por un caballero de aspecto tranquilo, seguro de su posición social. No así el que está detrás, que se sabe vulnerable. Con toda probabilidad, un pobre campesino.
En el grupo de las tres damas, la de la derecha sonríe, discretamente, como quien guarda algún secreto.