La justicia francesa investigará la entrega de varias personalidades camboyanas a los jemeres rojos en 1975
Con diplomacia hacia la muerte
LLUÍS URÍA – París. Corresponsal
La viuda del que fue presidente del Parlamento camboyano responsabiliza a Giscard y Chirac
El 20 de abril de 1975 es una fecha que muy probablemente el Quai d´Orsay desearía borrar de la memoria. Ese domingo de hace más de treinta años, caluroso y húmedo, los responsables diplomáticos de la embajada de Francia en Phnom Penh entregaron a los jemeres rojos a un grupo de personalidades del caído régimen camboyano que habían buscado refugio en la legación, conduciéndoles así hacia la muerte.
«Ya no somos hombres, ya no somos hombres…», sollozó al parecer el cónsul francés, Jean Dyrac, según un testigo de la escena, cuando los condenados atravesaron la verja de la embajada.
Los expulsados, ninguno de los cuales iba a sobrevivir, eran el príncipe Sirik Matak, junto a sus dos guardaespaldas; la princesa Mom Mannivan, su hija, su yerno y sus nietos; el ministro de Salud, Loeung Nal, y el presidente de la Asamblea Nacional, Ung Boun-Hor. Todos ellos había conseguido entrar apresuradamente en la embajada en la mañana del 17 de abril, el día de la caída de Phnom Pehn en manos de los jemeres rojos. Algunos no lograron ni siquiera entrar, como el príncipe Sisowath Monireth y su familia, rechazados en la verja pese a su historial. Graduado en la escuela militar de Saint-Cyr, ex combatiente de 1939 y caballero de la Legión de Honor, todos sus títulos no evitaron que le dieran con la puerta en las narices.
La viuda del presidente del Parlamento camboyano, Billon Ung Boun-Hor – residente en Francia desde que logró huir de Camboya con sus hijos días antes de la detención de su marido-,interpuso en 1999 una demanda por crímenes contra la humanidad, secuestro, asesinato y tortura que la justicia francesa decidió archivar en el 2007 por causa de incompetencia. El asunto, sin embargo, volverá el 15 de diciembre a manos de un juez de instrucción, después de que el Tribunal de Casación anulara la decisión del Tribunal de Apelación.
Billong Ung Boun-Hor, que cuenta hoy 68 años, acaba de publicar un libro, Rouge Barbare,en el que relata este doloroso suceso, a partir del testimonio de algunos de los testigos de los hechos y de los telegramas intercambiados entre París y su legación durante aquellos días de abril, desclasificados durante la instrucción preliminar del caso. La autora ha enviado dos ejemplares, acompañados de sendas cartas, a Valéry Giscard d´Estaing y Jacques Chirac, presidente de la República y primer ministro cuando sucedieron los hechos, a quienes considera «cómplices de los asesinos». «Fue una vergüenza, porque todos los principios morales que constituyen la base jurídica de nuestro derecho – de Francia-fueron deliberadamente escarnecidos por quienes eran sus garantes en el más alto nivel del Estado en 1975», escribe.
El objetivo de Billon Ung Boun-Hor no es obtener la condena de nadie ni tampoco una compensación económica. «La demanda busca identificar a los responsables de lo sucedido y el reconocimiento solemne de la grave falta cometida por Francia», explicó a este diario su abogado, William Bourdon. Billong Ung demanda justicia, en nombre de la memoria de su marido y de los dos millones de camboyanos asesinados por los jemeres rojos.
Durante mucho tiempo, la versión oficial de lo sucedido en abril de 1975 en la embajada francesa en Phnom Pehn, donde llegaron a congregarse casi un millar de refugiados, sostuvo que Boun-Hor y las otras personalidades camboyanas presentes en la legación diplomática la abandonaron voluntariamente ante el riesgo de una acción de fuerza jemer.
Algunos testimonios y documentos recogidos hasta el momento contradicen, sin embargo, esta edulcorada versión. Los telegramas intercambiados por el cónsul en Phnom Pehn – máxima autoridad diplomática en aquel momento-y el Quai d´Orsay a partir de la entrada de Boun-Hor y los otros miembros del régimen republicano en la embajada, el 17 de abril, demuestran que Jean Dyrac actuó en todo momento siguiendo instrucciones superiores y que desde el principio París decidió denegar el asilo político a los refugiados y entregarlos a las nuevas autoridades jemeres.
El primer mensaje enviado por el Quai d´Orsay al cónsul en Phnom Penh, el mismo día 17 a las 14.09 horas, fue inequívoco: «El hecho de que el derecho de asilo no esté reconocido en derecho internacional (…) no nos permiten dar satisfacción a las demandas del príncipe Sirik Matak y del señor
Ung Boun-Hor (…) Usted hará saber a los interesados que no estamos en disposición de asegurar la protección que piden. Desde este momento, ellos deberán apreciar si no es de su interés buscar refugio en otro lugar y abandonar rápidamente el territorio de nuestro establecimiento». En telegramas posteriores, París ordenaría al cónsul dar la lista de personalidades a los jemeres rojos y, finalmente, entregarlos.
Diversos testigos presenciales han señalado que los afectados, lejos de partir por iniciativa propia, fueron literalmente forzados a abandonar el recinto de la embajada. Eso es especialmente verdad en el caso de Boun-Hor, que al parecer incluso llegó a ofrecer cierta resistencia. Así lo relató el padre Ponchaud: «A Ung Boun-Hor, dos gendarmes lo empujaron; no estaba demente, sino loco de terror, las piernas le temblaban, sabía lo que le esperaba». Y así lo ha admitido uno de los dos gendarmes encargados de la seguridad de la embajada, Georges Villevieille: «Ung Boun-Hor no quería ir. Hay que ser franco. Dudaba de lo que le iba a pasar. Se debatió y tuvimos que empujarle».
La justicia francesa investigará la entrega de varias personalidades camboyanas a los jemeres rojos en 1975

Ung Boun-Hor y su esposa Billon
Me genera mucha tristeza ver como ha existido una complicidad internacional ante los crímenes de la izquierda. Por algún motivo que escapa mi entendimiento, cuando los regímenes de derecha cometen crímenes, la historia es implacable , como en efecto debe ser.
Pero en el momento en el que los crímenes son cometidos por regímenes de izquierda, un velo se interpone para matizar; parece que si el asesino se erige como salvador del mundo, como estandarte de la igualdad y los derechos humanos y apellida sus intenciones con el trillado adjetivo » revolucionario», entonces todo es aceptado. No hay condena.
El artículo que aparece hoy en la columna de Lluís Uría de la Vanguardia es escalofriante. Horroriza la frialdad del gobierno francés, la inhumanidad del cuerpo diplomático, cómplices de los crímenes de los jemeres rojos en abril de 1975 contra los miembros de la Asamblea Nacional camboyana.
Hace menos de 40 años atrás.
Con diplomacia hacia la muerte
LLUÍS URÍA – París. Corresponsal
El 20 de abril de 1975 es una fecha que muy probablemente el Quai d´Orsay desearía borrar de la memoria. Ese domingo de hace más de treinta años, caluroso y húmedo, los responsables diplomáticos de la embajada de Francia en Phnom Penh entregaron a los jemeres rojos a un grupo de personalidades del caído régimen camboyano que habían buscado refugio en la legación, conduciéndoles así hacia la muerte.
«Ya no somos hombres, ya no somos hombres…», sollozó al parecer el cónsul francés, Jean Dyrac, según un testigo de la escena, cuando los condenados atravesaron la verja de la embajada.
Los expulsados, ninguno de los cuales iba a sobrevivir, eran el príncipe Sirik Matak, junto a sus dos guardaespaldas; la princesa Mom Mannivan, su hija, su yerno y sus nietos; el ministro de Salud, Loeung Nal, y el presidente de la Asamblea Nacional, Ung Boun-Hor. Todos ellos había conseguido entrar apresuradamente en la embajada en la mañana del 17 de abril, el día de la caída de Phnom Pehn en manos de los jemeres rojos. Algunos no lograron ni siquiera entrar, como el príncipe Sisowath Monireth y su familia, rechazados en la verja pese a su historial. Graduado en la escuela militar de Saint-Cyr, ex combatiente de 1939 y caballero de la Legión de Honor, todos sus títulos no evitaron que le dieran con la puerta en las narices.
La viuda del presidente del Parlamento camboyano, Billon Ung Boun-Hor – residente en Francia desde que logró huir de Camboya con sus hijos días antes de la detención de su marido-,interpuso en 1999 una demanda por crímenes contra la humanidad, secuestro, asesinato y tortura que la justicia francesa decidió archivar en el 2007 por causa de incompetencia. El asunto, sin embargo, volverá el 15 de diciembre a manos de un juez de instrucción, después de que el Tribunal de Casación anulara la decisión del Tribunal de Apelación.
Billong Ung Boun-Hor, que cuenta hoy 68 años, acaba de publicar un libro, Rouge Barbare,en el que relata este doloroso suceso, a partir del testimonio de algunos de los testigos de los hechos y de los telegramas intercambiados entre París y su legación durante aquellos días de abril, desclasificados durante la instrucción preliminar del caso. La autora ha enviado dos ejemplares, acompañados de sendas cartas, a Valéry Giscard d´Estaing y Jacques Chirac, presidente de la República y primer ministro cuando sucedieron los hechos, a quienes considera «cómplices de los asesinos». «Fue una vergüenza, porque todos los principios morales que constituyen la base jurídica de nuestro derecho – de Francia-fueron deliberadamente escarnecidos por quienes eran sus garantes en el más alto nivel del Estado en 1975», escribe.
El objetivo de Billon Ung Boun-Hor no es obtener la condena de nadie ni tampoco una compensación económica. «La demanda busca identificar a los responsables de lo sucedido y el reconocimiento solemne de la grave falta cometida por Francia», explicó a este diario su abogado, William Bourdon. Billong Ung demanda justicia, en nombre de la memoria de su marido y de los dos millones de camboyanos asesinados por los jemeres rojos.
Durante mucho tiempo, la versión oficial de lo sucedido en abril de 1975 en la embajada francesa en Phnom Pehn, donde llegaron a congregarse casi un millar de refugiados, sostuvo que Boun-Hor y las otras personalidades camboyanas presentes en la legación diplomática la abandonaron voluntariamente ante el riesgo de una acción de fuerza jemer.
Algunos testimonios y documentos recogidos hasta el momento contradicen, sin embargo, esta edulcorada versión. Los telegramas intercambiados por el cónsul en Phnom Pehn – máxima autoridad diplomática en aquel momento-y el Quai d´Orsay a partir de la entrada de Boun-Hor y los otros miembros del régimen republicano en la embajada, el 17 de abril, demuestran que Jean Dyrac actuó en todo momento siguiendo instrucciones superiores y que desde el principio París decidió denegar el asilo político a los refugiados y entregarlos a las nuevas autoridades jemeres.
El primer mensaje enviado por el Quai d´Orsay al cónsul en Phnom Penh, el mismo día 17 a las 14.09 horas, fue inequívoco: «El hecho de que el derecho de asilo no esté reconocido en derecho internacional (…) no nos permiten dar satisfacción a las demandas del príncipe Sirik Matak y del señor
Ung Boun-Hor (…) Usted hará saber a los interesados que no estamos en disposición de asegurar la protección que piden. Desde este momento, ellos deberán apreciar si no es de su interés buscar refugio en otro lugar y abandonar rápidamente el territorio de nuestro establecimiento». En telegramas posteriores, París ordenaría al cónsul dar la lista de personalidades a los jemeres rojos y, finalmente, entregarlos.
Diversos testigos presenciales han señalado que los afectados, lejos de partir por iniciativa propia, fueron literalmente forzados a abandonar el recinto de la embajada. Eso es especialmente verdad en el caso de Boun-Hor, que al parecer incluso llegó a ofrecer cierta resistencia. Así lo relató el padre Ponchaud: «A Ung Boun-Hor, dos gendarmes lo empujaron; no estaba demente, sino loco de terror, las piernas le temblaban, sabía lo que le esperaba». Y así lo ha admitido uno de los dos gendarmes encargados de la seguridad de la embajada, Georges Villevieille: «Ung Boun-Hor no quería ir. Hay que ser franco. Dudaba de lo que le iba a pasar. Se debatió y tuvimos que empujarle».
Los siete ladrones
Antes de ser entregado a los jemeres rojos, Ung Boun-Hor pidió ayuda a algunas personas presentes en la embajada – cuya identidad no ha trascendido-para hacer llegar a su familia en París el dinero que había conseguido reunir en efectivo para llevar camino del exilio: un total de 280.000 dólares. Sus interlocutores aceptaron el encargo a cambio de un fortísimo peaje: la gestión le costaría – le dijeron-la mitad de la suma. El ex presidente de la Asamblea Nacional camboyana aceptó, ¿qué otra cosa podía hacer? Sin embargo, nunca llegó ni un solo dólar a su destino. «Se llenaron los bolsillos a costa de un condenado a muerte», escribe con rabia su viuda, que añade: «Yo los conozco, podría escribir aquí sus nombres. Los que todavía viven se reconocerán. Son siete, exactamente, los que se quedaron los 280.000 dólares que mi marido llevaba consigo». ¿Fue un robo premeditado? A continuación del relato de este episodio, Billon Ung Boun-Hor así lo sugiere. Y lo relaciona con el hecho de que la presencia de su marido y de otros dignatarios del régimen fue denunciada inmediatamente por alguno de los presentes en la legación a los jemeres rojos.