Había una vez un dragón. Y una princesa. Y un caballero. Todos se encontraron un día en una muralla de una ciudad llamada Montblanc.
Lo que ocurrió a continuación ya pueden imaginarlo: princesa en apuros en fauces de dragón, gritos que llegan a oídos de caballero, mucha sangre de dragón salpicando por doquier, entrada triunfal de caballero y princesa a la ciudad amurallada. Dicen que de cada gota de sangre salió un rosal.
Y así, el recuerdo de aquel encuentro con desencuentro de final feliz (o infeliz según los familiares del dragón) llevan a muchos a celebrar -año tras año y en plan incursión medieval-a las mismísimas puertas de la amurallada Montblanc. Desde que se llega, queda uno envuelto en la humareda de carnes a la brasa , el sonido de los tamborileros , vendedores de miel y lana, lanzadores de flechas, herreros y sopladores de vidrio…Todos celebrando al santo patrono Sant Jordi, el caballero que tras salvar a su princesa, cubrió de rosas las entradas de la ciudad.