Oulu sorprende. La primera impresión no agrada: es gris. Aplastantemente gris. Parecería que si se levanta mucho la cabeza podría uno golpearse con aquel gran techo de nubes oscuras.
Es Noviembre y hace calor: estamos a 0º C. Me apertrecho y salgo. Me recibe un lindo mercado con un extraño personaje de metal. Luce muy militar para mi gusto pero se me explica que es un homenaje a los policías que por años vigilaron este lugar. Alrededor hay unos bellos barracones de un rojo sangre de buey donde se han instalado cafeterías y tiendas de artesanía local. Me entusiasmo enseguida por unas postales de un ilustrador local y recuerdo lo grandes que han sido los finlandeses en el mundo del dibujo infantil.
Sigo por el centro y encuentro bellas casas de madera que están como suspendidas en el tiempo, en aquesta Oulu famosa por su Nokia donde no faltan casas modernísimas.
La playa es extensa y rodeada de un bosque de abedules. Los azules cambiadores me transportan a alguna película de cine.
Una amiga me lleva a visitar la escuela de su hijo. Al entrar, los alumnos se descalzan y dejan sus zapatos descansar en unas repisas a la entrada de los salones. Entiendo el porque este país esté de número uno en el mundo en educación y me encanta saber que hay un mundo de lo posible. Me entristece pensar en aquellos lugares donde esta opción parece no existir.
Al oscurecer, me encuentro tomando el té. Son apenas las 4.30 de la tarde. De repente, la calle se llena de gente. Todos caminan en dirección a la Iglesia. Muchos con velas o lámparas en mano. Salgo a la calle. Grupos de personas de todas las edades se detienen a cantar villancicos acá y allá.
Al llegar a la puerta de la Iglesia, parecería que Oulu completa se ha volcado a este ritual navideño . Todos cantan. La ciudad entera es un coro. Su entusiasmo emociona. Las luces de las velas y la eterna sonrisa de esta gente son luz.
De repente, la noche no me parece tan oscura.