Visitar un ciudad bajo la lluvia tiene su encanto. Sobretodo si la ciudad es Praga. Parece una villa a la que la humedad le sentara bien. Enaltece sus fachadas, incrementa su misterio, pone en relieve sus figuras marmóreas.
Crucé en Puente Carlos bajo la una leve llovizna, suficiente para mojar el pavimento pero no para mojar. Suficiente para necesitar abrigarme pero no para dejar de fotografiar sus oscuras estatuas, cansadas de ver desfilar turistas y de ver a sus pies ya no velas sino ventorrillos de souvenirs, músicos y caricaturistas.
La neblina empañaba continuamente el lente del objetivo. Decidí no luchar contra ella sino dejar que envolviera lente y estatuas. El cielo blanco hizo el resto.