En estos días mi amiga Carola me envió este artículo que apareció publicado en Bogotá, escrito por Mauricio Caicedo Botero. Muestra de manera muy contundente el efecto que tiene la emigración de personas con formación profesional que se han ido de su país por razones políticas y sociales.
Artículo de «El Espectador» de Bogotá
Domingo, 18 Jul 2010
Una mujer y nueve meses
Por: Mauricio Botero Caicedo
LOS ESTUDIOSOS DEL DESARROLLO están de acuerdo en que el capital
humano es tal vez el principal eslabón en la compleja cadena que
conduce a la riqueza de las naciones.
Pero a diferencia del capital físico que requiere esencialmente
inversión en dinero, hormigón y equipos, el capital humano —además de
inversión— requiere tiempo… mucho tiempo. Bernardo Quintero, el
ejecutivo y ocasional filósofo payanés afirma que para procrear un
hijo se necesita una mujer y nueve meses, no nueve mujeres y un solo
mes. Con el capital humano ocurre lo mismo.
Existe, sin embargo, una excepción que acelera la formación de este
recurso y es que el capital humano se desplace, voluntaria o
involuntariamente, de un lugar a otro. Con creces se benefician los
países que acogen a los inmigrantes profesionales, a medida que
perjudican los países que los emigrantes abandonan. La historia nos
brinda innumerables ejemplos de estos flujos migratorios como fue las
expulsión de los judíos de la península ibérica en los siglos XV y
XVI, que les permitieron principalmente a los Países Bajos acelerar su
desarrollo; la expulsión de los hugonotes de Francia, torpeza que
empobreció intelectualmente al reino galo, pero que enriqueció a sus
vecinos y a Inglaterra; y en nuestra era las masivas migraciones
huyendo del fascismo y del comunismo, inmigrantes que contribuyeron de
manera decisiva al liderazgo de países como Estados Unidos, Canadá, y
Australia.
Con discreción y timidez al inicio, pero cada día con mayor fuerza, a
Colombia le está llegando un gigantesco acervo de capital humano
procedente de Venezuela. Aquel chafarote de quinta categoría que es
Hugo Chávez le está prestando a Colombia un invaluable servicio:
proveerle un capital que duraríamos una o dos generaciones formando.
Hoy, cerca de 600 ingenieros petroleros venezolanos laboran en el
país, y dentro de sus inmensos aportes está la contribución a que el
campo petrolero de Rubiales en el Meta, en vez de producir 9.000
barriles diarios, haya sobrepasado los 100.000 barriles y en fechas
cercanas lleguen a 300.000 barriles. En buena parte estos ingenieros y
ejecutivos formaban parte de Petróleos de Venezuela, PDVSA, empresa
que hoy en día se dedica es a atender las necedades del socialismo del
siglo XXI que pregona Chávez. Pero no sólo son los ingenieros
petroleros los que se han desplazado a nuestro país: miles de
empresarios, profesionales y académicos buscan en Colombia, como
afirma Miguel Gómez Martínez en su columna de El Espectador (diciembre
6/09), el refugio y la tranquilidad, por no hablar de la libertad, que
les fue arrebatada en su país de origen.
Con el fin de acelerar el flujo migratorio de los venezolanos hacia
Colombia, la Cancillería les debe agilizar los trámites para que
puedan obtener la residencia o la ciudadanía sin tropiezo alguno.
Paralelamente, el Ministerio de Comercio Exterior debe promover aún
más la inversión de Venezuela en nuestro país, especialmente aquella
relacionada con el sector exportador. Chávez, chafarote tropical que
sigue pensando que los inmensos problemas que enfrenta Venezuela se
solucionan con ponerles a sus ciudadanos bozales de arepa,
entreteniéndolos simultáneamente con el espectáculo bufo en que ha
convertido sus alocuciones dominicales, va a continuar promoviendo
—sin que los colombianos tengamos que mover un dedo— migraciones
masivas de capital humano. El coronel, sin proponérselo, terminará
siendo un gran benefactor de Colombia. ¿Será que por cada profesional
que nos llegue, a Chávez en reciprocidad le podemos enviar un
terrorista de las FARC?