Fuimos a Serbia por razones de trabajo. Nos adentramos a Belgrado por una calle peatonal llena de comercio y vida arropados por un fresco aire de primavera. El primer impacto fue algo desconcertante: los edificios cincuentosos lucían algo deteriorados y poco llamativos.
El país no estaba para bromas: llegamos justo los días de las terribles inundaciones que arrasaron con grandes extensiones aledañas al río. Los músicos de la orquesta local tocaban en la plaza República para recaudar fondos para los damnificados.
Pero Belgrado es de esas ciudades que se va abriendo gradual y discretamente. Se siente el paso de una guerra reciente y el orgullo de los locales, que suelen ser amables con los visitantes. Hay calles de bares y restaurantes llenos de energía; detalles art noveau en los edificios; paseos con vista por su impactante fortaleza y sobretodo, la presencia de la iglesia ortodoxa.
El Templo de San Sava es la iglesia ortodoxa mas grande del Europa y una de las mayores del mundo. Aún en construcción, impacta por sus dimensiones y por la presencia de gente de todas las edades que rezan ante largos despachadores de velas donde arde un enjambre de delgadas velas votivas. Cada una tiene su historia, su petición, su doliente, una promesa pagada a punta de blanda cera color miel.
La ortodoxia serbia traza su ruta por un hermoso trayecto por las colinas de Fruska Gora donde visitamos bellos monasterios y conocimos la hermosa ciudad de Novi Sad.
Y la comida serbia nos sorprendió: excelentes braserías, buenos vinos y sobretodo, un excelente pan, perfumado a leña.
Serbia se hace querer, gradualmente, de a gotitas…